Firma invitada Gonzalo Castro Marquina, jurista
OPINIÓN

A propósito de Biden: el vértigo de la retirada

Joe Biden, saliendo de una sala en la última convención de la ONU.
Joe Biden, saliendo de una sala en la última convención de la ONU.
NurPhoto via Getty Images
Joe Biden, saliendo de una sala en la última convención de la ONU.

Antes de que Tomas Moro acuñara el término, el ser humano ya soñaba con utopías, aunque no les diera ese nombre. Son muchos los mundos ideales que se han imaginado y que nos han espoleado a actuar en pos de ellos; pero si hubiera que destacar hoy uno, quizá el más extendido en Occidente sea el de la jubilación. Frente a otras aspiraciones más abstractas, la jubilación representa una utopía concreta para millones de trabajadores. 

La fantasía de poder retirarse es recurrente, especialmente las mañanas que se madruga mucho o tras una dura jornada laboral. Lo curioso es que cuando finalmente se acerca el día de la jubilación, no es raro que algunas personas dejen de desearla, después de décadas pensando en ella. Para aquellas que aún la ven lejana, puede resultar incomprensible esta desazón ante un mañana sin despertadores, en los que los desayunos reposados de la publicidad son factibles más allá del fin de semana. Pero esto es porque solo se fijan en la ganancia y no en el resto de cambios que trae consigo.

Una parte considerable de nuestra identidad está ligada a nuestra profesión. De media, en los países de la OCDE dedicamos al trabajo 37,6 horas a la semana, lo que supone, aproximadamente, un tercio del tiempo que pasamos despiertos. Esto implica que en un día laborable nos relacionamos con la sociedad más tiempo como trabajadores que bajo cualquier otro rol. Reflejo de como el trabajo se superpone a la persona es el hecho de que somos conocidos también por el oficio que ejercemos, que se convierte así en una especie de segundo nombre: el médico, la profesora, la informática, el librero, la pescadera, el fontanero, el policía... 

Dado que la jubilación entraña en gran medida la desaparición de esa dimensión, su llegada fuerza a valorar quiénes somos al margen del trabajo. Sobre el papel parece un juicio fácil de soportar, sin embargo, basta pensar en a quiénes vemos más, si a ciertos amigos y familiares o a nuestros compañeros y clientes, para percatarse de cuánto espacio ocupa el trabajo en nuestras vidas. Incluso aquellos que dicen detestar el suyo, y que solo lo conciben como una forma de procurarse su sustento, pueden verse sorprendidos por un sentimiento de vértigo al imaginar su futuro sin él. 37,6 horas adicionales de libre disposición son un regalo precioso siempre que se sepa cómo disfrutarlas.

Ligado a esto, el trabajo resulta peligrosamente cómodo en ciertos aspectos, porque plantea marcadores relativamente objetivos de éxito o realización, a diferencia de otras áreas de la vida, en las que es más complicado determinar si se está obrando correctamente, como puede ser la elección de una pareja, o la educación de los hijos, entre otras cuestiones. Dentro del trabajo, normalmente, tenemos más claro que hemos de hacer que fuera de él, especialmente cuando es otro quien fija las prioridades. Además de esto, en la resistencia que sienten algunas personas a jubilarse influye la percepción de que los conocimientos que han adquirido todos esos años se perderán una vez se marchen.

Todas estas ideas probablemente llevaban rondando por la cabeza de Joe Biden desde hace meses. Solo él sabe que lo impulsó exactamente a presentarse de nuevo como candidato, pero da la impresión de que la inercia de sus 54 años en política le pesaron mucho más de lo que le gustaría reconocer. En contra de la imagen caricaturesca que ha dado Trump de él, sirviéndose de sus momentos de mayor debilidad, Biden sí que es consciente de donde está, y justo por ello no quería marcharse.

Biden cometió un error clave al decidir intentar revalidar el cargo, y es priorizar su continuidad personal a la de su proyecto, porque, aunque le haya resultado duro de asumir, no era ya la persona más idónea para defenderlo. No por la edad, sino por el desgaste que sufre y lo limita, sobre todo ante un rival tan explosivo como Trump. Eso no significa que sea un hombre inútil, o que no pueda aportar a la campaña de su partido. Desechar a alguien con décadas de experiencia y que logró salir airoso de la dura carrera presidencial de EEUU de 2020 parece un tanto temerario. Pero en estas elecciones su rol debería haber sido otro. El que ahora escoge; tarde. Esta vez se trataba de apoyar y no de protagonizar.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento