Carmelo Encinas Columnista de '20minutos'
OPINIÓN

Obesidad y hambruna

[Sevilla] Casi Un Centenar De Menores Participa En El Comedor Municipal De Verano AYUNTAMIENTO DE SAN JUAN DE AZNALFARACHE (Foto de ARCHIVO) 06/7/2019
Una niña termina su plato en un comedor de Sevilla
Europa Press / Archivo
[Sevilla] Casi Un Centenar De Menores Participa En El Comedor Municipal De Verano AYUNTAMIENTO DE SAN JUAN DE AZNALFARACHE (Foto de ARCHIVO) 06/7/2019

La buena noticia es que el hambre en el mundo sigue a la baja. En los últimos años se ha registrado una disminución gradual del numero de personas que la padecen lo que no quiere decir que el problema sea menor. Aún quedan unos 800 millones de seres humanos cuya vida corre serios riesgos por la hambruna, casi el diez por ciento de la población mundial, lo que da idea del trabajo que queda por hacer. Los países del África subsahariana y del Asia meridional son los que mayores dificultades tienen para superar la inseguridad alimentaria muchas veces motivada por los desplazamientos forzados, los conflictos armados, los desastres naturales y el cambio climático. Situaciones así solo pueden superarse a través de acciones coordinadas a nivel nacional e internacional con inversiones de envergadura en infraestructuras, agricultura sostenible, tecnología y educación capaces de promover el desarrollo económico y social de esas áreas de pobreza endémica.

La gran paradoja es que mientras se trabaja –aunque nunca lo suficiente– para erradicar el hambre, la Organización Mundial de la Salud mantiene encendidas las alarmas por el avance de la obesidad, convertida ya en un problema de salud global. Las cifras son brutales, más de dos quintas partes de la población mundial tiene sobrepeso y según los especialistas en diez o doce años más de la mitad de la población mundial será obesa. Ningún país se salva de ese pronóstico, pero preocupa especialmente la progresión de esta afección crónica en lugares como México, Egipto o Arabia Saudí. Allí donde la comida basura y los alimentos procesados se han ido imponiendo y donde la cultura alimentaria está bajo mínimos. Si estar gordo fuera solo un problema de estética quedaría reducido a la subjetividad de cada cual, pero no es el caso. La obesidad es causa o desencadenante de numerosos problemas de salud que van desde las diabetes a las cardiopatías pasando por patologías cerebrales y llega a favorecer incluso determinados procesos tumorales. Durante los meses duros de la pandemia quedó patente que los obesos tenían menos defensa y mas probabilidades de sucumbir a la covid-19.

Lo cierto es que la gordura rebaja la esperanza de vida y eso es lo realmente lamentable, no que luzcamos menos en bañador. A pesar de ello la estética , y no tanto la salud, es la que suele motivar las iniciativas que emprende la gente para rebajar peso disparando de forma exponencial la industria del adelgazamiento en sus más variadas facetas. Dejando al margen las perniciosas dietas milagro, que han enriquecido a tantos engañabobos desde tiempos inmemoriales, hoy los laboratorios trabajan en el desarrollo de nuevos fármacos para bajar el peso con el menor esfuerzo posible. La oferta es amplia y en algunos casos parece que exitosa, al menos en términos comerciales. Se vendió como churros una inyección que quitaba el hambre y en consecuencia los kilos, pero ahora han irrumpido nuevas moléculas derivadas de otros medicamentos destinados a dolencias diferentes como la diabetes en los que se han observado propiedades adelgazantes. Nuevos fármacos cuyos efectos a largo plazo son una incógnita y solo el tiempo dirá si el paciente hizo un buen negocio o solo la farmacéutica que lo produjo porque la batalla comercial en este segmento sanitario es encarnizada.

En un país como el nuestro, con tantas tentaciones gastronómicas, no es fácil conjurar el ansia y la gula, pero lo del viejo dicho "poco plato y mucho zapato" sigue siendo el mejor de los consejos. Puede que resulte utópico pero mientras haya gente que pasa hambre, es también lo mas ético.

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