Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Que no se caiga la nube

  • "La nube ya somos todos, nuestras vidas son los cables que van a dar a la mar de los centros de datos".
El error de la pantalla azul de la muerte de Windows que aparece a los afectados por el fallo informático de CrowdStrike y Microsoft
El error de la pantalla azul de la muerte de Windows que aparece a los afectados por el fallo informático de CrowdStrike y Microsoft
Windows
El error de la pantalla azul de la muerte de Windows que aparece a los afectados por el fallo informático de CrowdStrike y Microsoft

Tras el shock FAIL de la nube de Microsoft... todo sigue igual o casi. Nunca es nada igual, pero sí casi igual. ¿Las compañías e instituciones habrán exigido indemnización, lo estarán pensando? El vigilante de seguridad (CrowdStrike) comete una pifia, un trozo de código errado, actualiza el sistema y... KATACROK. Gente esperando en hospitales, por ejemplo en Huesca, en aeropuertos, tantas vidas atascadas, inevaluables horas. ¿Están tomando medidas preventivas los afectados, que podríamos ser todos?

Lo primero es tener un boli a mano, papel y boli. En el crack de Microsoft se hicieron recetas a mano, listado de pacientes, visitas, billetes de avión... todo a mano.  Ya hace tiempo que vuelve la caligrafía, pero sólo como entretenimiento y terapia, que ahora son lo mismo. Vuelve la buena letra, algo olvidado e inútil, residual. La buena letra, en el mundo cuántico que nos va impregnando de mil formas, significa buen pensamiento, recta moral. El presumir de mala letra, como de mala memoria, en cuanto postureos de fin del XX, cabalgaba sobre la informatización, la euforia de la era del software (que ahora peta y colapsa medio mundo), la gran expectativa.

Lo segundo, la segunda medida preventiva tras el crack: el informático de guardia siempre a punto, en su puesto. Equipos en alerta roja. El que vela por los servidores, estén donde estén. La nube ya somos todos, nuestras vidas son los cables que van a dar a la mar de los centros de datos. Miles de hectáreas vaciadas se dedican a granjas, ya de servidores, ya de cerdos. Tal vez pronto se usen granjas mixtas: los purines harán la energía para los servidores de la nube. Hay pueblos que han conseguido que el Supremo vete una macrogranja inmensa de cerdos. Mota del Cuervo.

Granjas de carne/datos, eólicas y fotovoltaicas. Necesitan energía y agua fresca. Como todos pero más. Y siempre. Nuestros datos, nuestro pasado, el algoritmo que predice mil veces por segundo nuestro futuro, los datos médicos, de hacienda, de seguridad, las multas de tráfico... el pulso, la púa y los 10.000 utópicos pasos diarios, el musculómetro del gimnasio, el yoga, las respiraciones, la meditación trascendental, el alquiler, la luz... todo en las nubes que, pese a lo etéreo de la denominación, son granjas. ¿Quién o qué se puede permitir contratar dos o más nubes? La redundancia tiene un precio.

Vivimos en el móvil que ya no se llama smartphone (kitsch) y en otros dispositivos de bolsillo, muñeca, conexiones internas (marcapasos y una amplia gama). Acaso somos dispositivos, constelación de megaempresas en las nubes. Mi circunstancia, que escribió Ortega, es ahora una nube, y a veces, con suerte, un capazo callejero con un ser analógico (con sus notificaciones). La fragmentación de la persona se ha disparado, los móviles actúan sin que lo sepan sus presuntos usuarios (dueños de la carcasa, no del software que los anima); el móvil te pregunta mil veces al día, te notifica, te sugiere, te incita a prestar atención a cosas que él sabe o deduce que te pueden interesar. La lista de compañías que operan y aspiran a traficar con tus datos y a venderte cosas y a acertar tus deseos se puede consultar (a veces) en el propio aparato... necesitas un día para scrollearla.

Quizá no acabamos de vernos en esa dimensión inaudita, recién estrenada, o quizá sí. A lo mejor esta devoción invencible por las fiestas, terrazas, ajuntes de todo tipo no venga solo de la pandemia, que también; quizá esta fiebre fiestera y rocera se deba en parte a que hemos tomado clara o turbia conciencia de ser terminales o periféricos de una maraña de sistemas, no más de diez o doce, que se concretan, o se difuminan, en el concepto "nube". Quizá esta nube sin la que ya no sabríamos vivir era el cielo prometido.

Aspirar a comprender, y más aún a gestionar, la maraña de componentes que pelean por nuestras almas ya tan fragmentadas y pulverizadas, es utopía. Lo único que podemos pedir (no exigir, son poderes inaccesibles, remotísimos, como la caprichosas divinidades de los primeros siglos), es que no se caiga la nube.

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