Calle20

Carlos Areces: «Suspendí gimnasia por no saber hacer el pino»

Carlos Areces
Berlén Cerviño

En lugar de mochila lleva un enorme saco lleno de libros. «Compro mucho por Internet. Sólo ahí encuentro tebeos de Bruguera». Apenas ha puesto un pie en el centro de entrenamiento y ya estornuda. «¿Ves? Soy alérgico». La hiperactividad profesional de Carlos Areces contrasta con un estilo de vida sedentario en el que sus únicos vínculos con el deporte son un llavero del Mundial 82 y una camiseta de Rocky Balboa.

Su padre intentó llevarle al fútbol de crío, pero agarró tal pataleta que «se le quitaron las ganas de intentarlo de nuevo». Ni siquiera sabe que el día de nuestra cita el Atlético de Madrid juega la final de la Europa League. «Sólo sé lo que me cuentan los taxistas. Si hay un Madrid-Barça o así, aprovecho para ir al cine». ¿Un poco de footing tal vez? «No. Es muy aburrido. Pobrecillos quienes tienen que llenar los huecos de su vida corriendo».

Se calza los guantes para golpear una pera de boxeo y asegura que en una ocasión aguantó tres meses seguidos en un gimnasio. «La flacidez de mi cuerpo había alcanzado su límite y a partir de ahí sólo podía endurecerlo. Pero no es verdad eso de que el ejercicio engancha. Cada día era un sufrimiento». Un suplicio que dio sus frutos. «Mis amigos me veían menos encorvado. Se sorprendían de que tuviese hombros. Me decían que era menos grotesco y que ya no parecía un abuelo». Su rutina incluía series de abdominales. «El infierno debe de ser un tipo gritándote “¡Otra, otra!” mientras intentas levantar la espalda del suelo. Al monitor le parecí gracioso y me adoptó como mascota».

Que se te empañen las gafas en la bici estática tampoco ayuda. «En las duchas era peor porque no veía nada. Y yo soy mucho de mirar, aunque sea por curiosidad». Fue una hipocalórica dieta navideña la que puso fin a aquella disciplina física y su hilo musical, «ese típico ritmo aeróbico descontextualizado, como de película porno». Llega el momento de levantar dos pesas de cinco kilos. «¿No me has humillado lo suficiente? Venga, vamos a reírnos todos del gordo calvo de Muchachada nui. ¿Por qué no me degüellas y acabamos antes?». Sostiene la barra, ruega al preparador que no le quite ojo y confiesa su gran secreto. «En el colegio fui a septiembre con gimnasia por no saber hacer el pino. Eso degeneró en un trauma. Hoy he sentido escalofríos al entrar aquí».

Se encuentra en territorio enemigo. Su hábitat natural es la chorrada: el dúo musical Ojete Calor, sus cómics bajo el seudónimo Carlös, los sketch de Venga Monjas, una nueva sitcom de humor absurdo y comedias como Campamento Flipy o Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia. «En ambas hago de galán. Tuvieron que caracterizarme para que no pareciera extremadamente atractivo». Tortura superada. Tampoco ha sido para tanto. «No, pero si me dejas ir a cambiarme estaré mejor, gracias».

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