Lorenzo Bernal (1860) fue su dueño y fundador, hasta que a principios del siglo xx lo adquirió Juan Martín Calvo. Desde entonces, su familia, primero su mujer, Avelina, después su hija y su yerno, y ahora su nieta Cristina y su marido, Manolo, han regentado este establecimiento por el que también han ido pasando generaciones y generaciones de vallisoletanos.
Ahora, Manolo Cossío ha dicho basta: «¡Me jubilo!». Y se dedicará, tras 20 años en el bar, «a leer, pasear y escuchar música». «Hombre, hay dos o tres jóvenes que han alquilado el local cuatro años, hasta que esto lo tiren y hagan apartamentos. No sé si darán las zapatillas (los mantecados de Portillo), pero por supuesto no venderán penicilinos porque su receta es secreta y sólo la conocen tres familiares».
Lo único que ha trascendido del penicilino es que «tiene 18 grados» y que se puede comparar «al Oporto dulce». «El nombre se lo puso un estudiante por 1940. Justo había empezado a comercializarse la penicilina y se le ocurrió». El boca a boca hizo el resto y también cambió la a final por la o. «Son cosas que pasan, pero lo que no ha cambiado nunca ha sido la esencia del bar».
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