OPINIÓN

Una balanza que equilibrar

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso

Ser un ciudadano normal en tiempos de pandemia es horrible. Las malas noticias vuelan con la rapidez de un halcón, y se venden como si fuesen cerveza en el Oktoberfest. Los psiquiatras y los psicólogos alertan constantemente de la deriva que está teniendo esta crisis. Los científicos de la OMS parecen veletas en mitad de un huracán. Nadie da una respuesta clara. Lo único que sabemos es que hasta que exista una vacuna, o nos callamos todo el planeta a la vez durante un periodo de tiempo y extinguimos el virus, o apelamos a la tan entredicha responsabilidad.

Ante tanta incertidumbre, aparecen los que quieren colgarse el cartel de salvadores. Desde el comienzo de la humanidad, nuestra raza ha tratado de polarizarlo todo. El bueno y el malo, el feo y el guapo, el rojo y el azul o el Real Madrid y el Barça. Es algo instintivo que solamente trae problemas como el fanatismo. Si alguien quiere estar en un término intermedio es asediado por unos u otros acusado de bailar el agua hacia una de las partes. Una realidad es que la clase política es el fiel reflejo de la sociedad. Una pequeña autocrítica comunitaria en estos momentos no vendría nada mal. Demostrarles a todos ellos que el ejemplo sale de la multitud. Cuando un político adquiere el compromiso de desarrollar un mandato público debe buscar en todos los estamentos que le compete un equilibrio. Esa es su gran función, ni morirse por el virus ni morirse de hambre. 

El día que los que ahora mandan en cada uno de los gobiernos que hay en nuestro país entiendan que no son 'el mesías' habremos dado un paso de gigante. Dejen los discursos victimistas, los bailes de cifras y los trucos de magia. No van a ser recordados como Abraham Lincoln ni como Churchill, y tampoco como Adolfo Suárez. Apelaciones al espíritu de la transición sobran. El mundo ha avanzado tanto que un partido político se ha convertido casi en un equipo de fútbol. De equipo no se cambia por puro sentimiento, ¿por qué no de partido?

Un líder no es la persona que más hunde a su rival, sino el que más capacidad resolutiva demuestra a los que están bajo su poder. Unos pocos serán afines y otros tantos no, pero se sentirán arropados por el abanico de una persona que verdaderamente trata de velar por ellos. El poder es algo adictivo, atractivo y engañoso. Mal utilizado se convierte en infeccioso, ya no para uno mismo, sino para los que están bajo su cobertura. El peso de las muertes no entiende de colores.

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