Carmelo Encinas Columnista de '20minutos'
OPINIÓN

Los partidos de la guerra

Las ministras de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (i); Igualdad, Irene Montero (c); y de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra (d), a su llegada a la reunión que el grupo parlamentario confederal de Unidas Podemos.
Yolanda Díaz (i), Irene Montero (c) e Ione Belarra (d).
EFE
Las ministras de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (i); Igualdad, Irene Montero (c); y de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra (d), a su llegada a la reunión que el grupo parlamentario confederal de Unidas Podemos.

Si ves a un matón machacando a alguien más débil, lo menos que debes hacer por la víctima es alcanzarle un palo para que se defienda. Quedarse de brazos caídos clamando "paz y amor" no parece lo más honroso ni contribuye a resolver una situación injusta. El relato escogido por Podemos ante la guerra de Ucrania resultaba difícil de sostener. Su apuesta por la llamada "diplomacia de precisión", como si antes del ataque de Putin no se hubieran mantenido conversaciones a todos los niveles y como si esas negociaciones no siguieran abiertas, les sitúa en una suerte de política naif tan alejada de la realidad como demagógica. Las imágenes brutales que nos llegan de las ciudades sitiadas, el éxodo masivo de refugiados ante tanto horror y la resistencia épica de los agredidos martillean sobre la palabrería simplista de unos líderes podemitas que se atrevieron a calificar de "partidos de la guerra" a las formaciones que, encabezadas por su propio socio de Gobierno, aprobaron el envío de armas al ejército ucraniano para que pueda defenderse del ataque ruso.

De sus argumentos se deduce que Ucrania debería haberse rendido al invasor desde el minuto uno y pactar con Moscú a calzón caído las nuevas condiciones de vida que le imponga el ocupante. Si trasladáramos su forma de resolver el conflicto a lo acontecido en la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi no tendría que haber encontrado resistencia alguna por parte de los aliados y Adolf Hitler habría gobernado en toda Europa de por vida y fallecido de muerte natural.

Desconozco el grado de reflexión sobre el tema al que llegaron quienes dirigen Podemos para marcarse semejante estrategia que, lejos de ayudarle a remontar sus expectativas electorales, puede contribuir a su extinción. De hecho ya les iba mal en las encuestas antes de lo de Ucrania, aunque no tanto como lo que probablemente esté por venir. Ione Belarra e Irene Montero, marcadas por su absoluta irrelevancia en el Gobierno, se echaron al monte calificando de belicistas a sus propios compañeros de gabinete. Hubo después gestiones para que matizaran y recularon de mala manera, pero el roto ya está hecho.

La posición inequívoca de la vicepresidenta Yolanda Díaz a favor del envío de ayuda a Ucrania, al igual que la de Alberto Garzón y los comunes de Ada Colau, abre una brecha en la coalición muy difícil de coser. Por mucho que se empeñen en manifestar de cara a la galería su confianza en la vicepresidenta, las diferencias exhibidas sobre su posición ante el conflicto bélico marcan un antes y un después en una relación que ya venía tocada desde aquella reunión de Valencia en que Díaz juntó a varias líderes de la izquierda sin cursar invitación a las moradas.

Un asunto medular como este de la guerra distanciará aún más de Podemos a la vicepresidenta, que iniciará, ya sin ataduras, un proceso de escucha durante seis meses al que invitará a colectivos de izquierda y sindicatos. Aunque esté por ver de qué forma y hasta qué punto Yolanda Díaz será capaz de aunar voluntades en un magma político tan gaseoso como el que pretende catalizar a la izquierda del PSOE, a poco que cuajen sus intenciones, los líderes morados entrarán en barrena.

Clamar contra los que denominan partidos de la guerra –como si ayudar a Ucrania les hiciera culpables de un conflicto bélico que todos sabemos quién ha iniciado, por maniqueo que resulte– es legítimo pero casi incompatible con la permanencia en un Gobierno cuya política exterior y de defensa descalifican en público. En tales circunstancias lo más coherente es dimitir.

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