OPINIÓN

Marías

El escritor Fernando Marías en una imagen de archivo.
El escritor Fernando Marías en una imagen de archivo.
Archivo / EP
El escritor Fernando Marías en una imagen de archivo.

La muerte el pasado sábado del escritor bilbaíno Fernando Marías ha dejado a sus lectores libros inolvidables de una intensidad única en un tiempo de banalidades, y a sus amigos en la nada, con la constatación súbita de que falta quien era al mismo tiempo un autor sobresaliente y el eje de unión de muchos de nosotros. Fernando poseía el raro don de la calidez, y está siendo llorado no solo por lo que fue sino por lo que nos faltará con su ausencia.

Pero más allá del desgarro personal, el panorama de la cultura ve desaparecer a una rara avis: a una figura que pese a ser un autor profesional de gran calidad literaria generó con su gestión un tejido creativo sólido con una energía y mirada nuevas; en su carrera como editor, primero en 451 acompañado por Javier Azpeitia, después en Imagine Ediciones por Silvia Pérez Trejo y finalmente en Anaya con Pablo Cruz compiló y publicó a centenares de autores: en el guion, el teatro, los encuentros, los cursos o la improvisación era excepcional. Acogía a novatos y a consagrados, aconsejaba bien y escuchaba mejor. Y solo lograba brillar más cuando compartía ese protagonismo por el que tantos matan.

Muchos planes quedan interrumpidos con su muerte, como un recordatorio de nuestra fugacidad. Otros ya olvidados rebrotarán precisamente porque se los debemos. La cursilería en torno a la muerte resulta aún más intolerable que la que gira en torno al amor. Marías no me la perdonaría. Lean ustedes en mi silencio todo lo que falta.     

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