"Garrapata llamando a Minglanillas. Garrapata llamando a Minglanillas", vocea a través del intercomunicador estelar Tony Leblanc, o mejor dicho Pepe Fernández, el primer astronauta español, poco después de poner –creía él– los pies en la Luna. Ahora que volvemos a estar en las nubes, ahora que la Tierra se nos ha quedado pequeña y ya no tiene secreto alguno para nosotros y solo la conquista del universo puede saciar las ansias aventureras de nuestro visionario gobierno, es necesario hacer memoria y recordar los inicios de la España aeroespacial. 

"Sánchez, Redondo y Duque, casco en ristre, van a lanzar la Agencia Espacial Española"

Un año después de que Armstrong y Aldrin alunizaran en el mar de la Tranquilidad, en el pueblo de Minglanillas un grupo de amigos cree que ellos también podrían llegar allá arriba. Fruto de su imaginación, locura y coraje ponen en marcha la SANA (Sociedad Anónima de Naves Aeroespaciales) y a partir de ahí ya nada detendrá la construcción de Cibeles I, a la que se une Garrapata, el módulo lunar, tras solucionar los problemas provocados por el carburador del Seat 600, alma, corazón y vida de la nave, junto con el botijo del astronauta.

Ahora que Sánchez, Redondo y Duque, casco en ristre, van a lanzar la Agencia Espacial Española, hay que poner en valor la creatividad de los emprendedores de Minglanillas, la SANA, Cibeles I y Garrapata, el botijo español y por supuesto lo que ha significado para el progreso esa maravilla de la tecnología que fue el carburador del Seat 600. Al final, y por un simple error de cálculo, la nave no se posó en la Luna, sino en el desierto de Almería, en pleno rodaje de un spaghetti western, y con Pepe rindiéndose al séptimo de caballería.

Lo de Tony Leblanc fue una divertida película titulada El astronauta (Javier Aguirre, 1970); lo de Sánchez todavía no tiene título, pero también nos hará reír, seguro.