Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Un fallo desastroso

Una persona sentada en el sofá viendo la televisión.
Un joven viendo la televisión.
D.Reichardt
Una persona sentada en el sofá viendo la televisión.

De lo que más estoy disfrutando en esta etapa de mi maternidad es de tener conversaciones con dos personas ‘casi adultas’, que van formándose su propio criterio, que tienen una visión nueva sobre lo viejo y que empiezan a despuntar en su pensamiento más crítico.

Me encanta escuchar a mis hijos cuestionarse las cosas, preguntar, ser personas inquietas, curiosas, a las que les gusta saber qué pasa en el mundo en el que viven, qué ocurre y por qué. Una ya está en la universidad, el otro está despertando a su adolescencia, y ahí estamos, gestionando esos días buenos y esos días malos, en los que los silencios son la norma y en los que lo mejor es estar, sin molestar, por si acaso el silencio se rompe en algo peor. Admito que a veces, bastantes, echo de menos no tener a dos peques corriendo por ahí, con su lengua de trapo, pasar horas bajando un tobogán, pero sé que añoraría esas tertulias durante la cena.

"Cuando [mis hijos] eran más pequeños había madres que me cuestionaban que mis hijos vieran las noticias"

Porque, efectivamente, las conversaciones durante las cenas son deliciosas: hablamos de todo, no necesariamente de cosas trascendentales, a veces es simplemente contarnos el día, planificar las tareas de la semana, preguntar por las cosas pendientes, pero sí que suelen salir, inevitablemente, temas mucho más profundos. ¿Por qué? Porque el informativo está de música de fondo. Lo ha estado siempre en sus vidas, para bien y para mal.

Cuando eran más pequeños había madres que me cuestionaban que mis hijos vieran las noticias, creían que el mundo era demasiado complicado como para que lo entendiera un niño de 8 o 9 años. Puede que sí, no lo sé, pero no había otra alternativa en casa: mientras hacía la cena, mientras recogía después, iba viendo los informativos de noche para no perderme ninguna imagen, ninguna declaración. Recuerdo que una profesora de Primaria me dijo en una tutoría que era una delicia escuchar a mi hijo porque sabía quién era el alcalde de la ciudad, el presidente del Gobierno, sabía lo que era el Parlamento o al menos lo entendía… Pensé que lo que ella veía como una delicia yo lo vi como una señal de alarma: recuerdo que me dije a mí misma que tenía que darle más minutos de dibujos animados y menos de informativos.

Ahora, ya más mayores, ellos tienen el mando de la televisión. Y anoche me sorprendieron cuando me propusieron ver el documental de Dolores Vázquez. Les dije que era un poco duro quizás para verlo antes de ir a dormir, pero insistieron y accedí. La historia la había contado cientos de veces en el informativo, me la sabía, pero la volví a vivir a través de sus ojos, de sus comentarios. Vi su espanto cuando descubrían la falsa acusación, la señalización de una inocente, el horror que vivió, el sinsentido… Se preguntaban cómo pudo ocurrir, qué falló. El brutal asesinato de una niña, de Rocío, destrozó la vida de otra mujer, la de Dolores. Y a día de hoy sigue sin haber una explicación a un fallo tan desastroso.

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