A estas alturas quien ha querido informarse ya sabe quién es Pablo Hasel: un rapero antidemócrata, de comportamiento violento, cuya personalidad parece la de un sociópata. Lamentablemente, se ha convertido en el héroe de los antisistemas tanto en Cataluña como en el resto de España, y en otra bandera del independentismo para incendiar la calle.
Una cosa es cuestionar que el enaltecimiento del terrorismo tenga que ser castigado con penas de cárcel –seguramente no– y otra convertir a Hasel en mártir de la libertad de expresión. Tratándose de alguien que exalta el odio y la violencia es un chiste malo. En cualquier caso, no ha entrado en prisión de buenas a primeras, sino tras un largo historial judicial, por ser reincidente y con otras condenas por agresiones físicas.
Es una excusa instrumentalizada por el separatismo que ha puesto el acento en las críticas de Hasel a la Corona
Los altercados de protesta que llevan produciéndose desde la semana pasada en diversas ciudades, particularmente en Barcelona, poco tienen que ver con la libertad de expresión, un derecho que en España se ejerce a diario con normalidad desde 1977. Es una excusa instrumentalizada por el separatismo que ha puesto el acento en las críticas de Hasel a la Corona como si esa fuera la razón de su encarcelamiento.
Por su parte, Unidas Podemos se ha solidarizado con las manifestaciones para no ser menos en su crítica hacia la democracia española. Que Pablo Echenique, portavoz de los morados, aliente las protestas en nombre del "antifascismo y la justicia", en lugar de condenar desde el primer momento los disturbios es un despropósito que pone al Gobierno de coalición en una delicada situación. Demasiadas divisiones empieza a acumular, que el partido de Pablo Iglesias juega a hacer públicas como forma de presión, para que no acabe rompiéndose aunque nadie lo pretenda.
El independentismo quiere una policía patriótica que no obedezca a los jueces y deje a los radicales campar a sus anchas
En los jóvenes que se manifiestan estos días hay de todo: confusión, sectarismo, aburrimiento pandémico, angustia por su futuro laboral..., pero también actitudes sencillamente vandálicas y de pillaje. Lo que ocurre en la calle es grave, pero lo alarmante es la reiterada crisis de autoridad que sufre Cataluña, con un Govern que cuestiona la actuación de los Mossos.
Tras el otoño del procés, los mandos optaron por actuar con criterios estrictamente profesionales dejando a un lado sus simpatías políticas. Pero el independentismo no lo acepta, quiere una policía patriótica que no obedezca a los jueces y deje que los radicales campen a sus anchas. La consejería de Interior está en manos de Junts, que cínicamente se desentiende de su responsabilidad y exige un nuevo modelo policial.
El largo silencio ante los disturbios del republicano Pere Aragonès, vicepresidente en funciones de president, cuya investidura depende de la CUP, evidencia que el orden y la seguridad son moneda de cambio.
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