Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Pablo Iglesias salió trasquilado

Imagen de Pedro Sánchez trabajando durante el estado de alarma.
Imagen de Pedro Sánchez trabajando durante el estado de alarma.
Moncloa
Imagen de Pedro Sánchez trabajando durante el estado de alarma.

Mucho se ha especulado sobre el boquete abierto en el Gobierno de coalición a partir del acuerdo furtivo que firmaron PSOE y Unidas Podemos con EH Bildu para amarrar la quinta prórroga del estado de alarma. En situaciones de pánico, el mercadeo por los votos acaba en auténticos dislates. No tenía ningún sentido conceder a la izquierda abertzale la derogación "íntegra" de la controvertida reforma laboral del 2012 a cambio de una abstención innecesaria. 

El apoyo de Cs garantizaba nuevamente su aprobación. Pero es evidente que esta vez el Ejecutivo temía, por un lado, que la formación de Inés Arrimadas no pudiera mantener sus votos favorables y, por otro, que los abertzales se pasasen al ‘no’ ante la convocatoria electoral en el País Vasco. Solo así se entiende esa marrullería desesperada que en tan mal lugar dejaba al Gobierno y que para el PSOE era particularmente infame, pues EH Bildu ni condena a ETA ni los ataques que sufre ahora mismo la dirigente socialista Idoia Mendia. Y por si todo eso fuera poco, asumir compromisos a escondidas en materia laboral era tanto como expulsar a los empresarios del diálogo social y despreciar a los sindicatos.

En situaciones de pánico, el mercadeo por los votos acaba en auténticos dislates

Sin embargo, ni los propios abertzales debían darle mucha credibilidad al acuerdo suscrito, pues aceptaron hacerlo público tras la votación y cuando los socialistas se desdijeron no montaron en cólera. Tampoco en Cs hicieron cruz y raya con el PSOE y su portavoz, Edmundo Bal, afirmó que continuarían negociando con el Gobierno. El más molesto con Pedro Sánchez fue el PNV, cuyo desaire ya se cobrará en la siguiente negociación. 

En realidad, lo que convirtió ese cambalache en una potencial crisis interna fue la contundente reacción al día siguiente del vicepresidente segundo Pablo Iglesias. "Voy a ser cristalino: pacta sunt servanda (lo firmado obliga)", planteando un pulso en toda regla dentro del Ejecutivo a favor de la derogación íntegra.

El líder morado ha pretendido abanderar una posición derrotada de antemano

Pero para lo único que le ha servido esa fanfarronada es para acabar noqueado por la vicepresidenta económica Nadia Calviño, cuya reprimenda ha sido tremenda. Ha zanjado el debate calificándolo de "absurdo y contraproducente" y les ha recordado a sus colegas de Gobierno que los contribuyentes les pagan "para resolver los problemas, no para crearlos". 

La torpe declaración de Iglesias le ha hecho un gran favor a Sánchez, cuya responsabilidad ha quedado diluida en el desaguisado. El líder morado ha pretendido abanderar una posición derrotada de antemano, que ni tan siquiera era apoyada por su compañera de formación y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que meses antes había declarado que derogar íntegramente la reforma laboral sería una "irresponsabilidad". Iglesias fue por lana y salió trasquilado.

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