Cualquiera que se haya asomado estos días a los debates celebrados en el Congreso de los Diputados habrá pensado que nuestros representantes han preferido matarse a las puertas del apocalipsis antes que darle la más mínima razón a sus oponentes. Más o menos como si, en vez de en la Carrera de San Jerónimo, estuvieran sentados en algún programa del tipo de La isla de los diputados en el que solo faltaría ver a Jorge Javier Vázquez en el papel del presidente de la Cámara Baja y a Belén Esteban ejerciendo de portavoz oficiosa del pueblo español.
En comunicación, lo que importa no son los hechos, sino lo que se perciba. Y aquí, la percepción es la de que asistimos a una nueva entrega de la Guerra de las Galaxias en la que el adversario encarna todos los atributos del mal.
"Cuando las cámaras se van, nuestros líderes le dicen adiós al síndrome del Reality y se ponen a negociar"
Pero, por mucho que extremen sus diferencias, estas no son reales. Y a los hechos me remito. En estos meses de coronavirus peninsular, la geometría variable del Parlamento nos ha dejado acuerdos mayoritarios en las aprobaciones de los estados de alarma, en el ingreso mínimo vital, en el decreto de la ‘nueva normalidad’ y en la comisión de reconstrucción, además de los consensos necesarios con empresarios y sindicatos para las prórrogas de los ERTE.
Conclusión de trazo grueso: cuando hay cámaras por delante, nuestros líderes se instalan en el guerracivilismo verbal; pero cuando estas se van, le dicen adiós al síndrome del reality y se ponen a negociar. Pues bien, ya solo queda que además de llegar a acuerdos, los trasladen también a la opinión pública con un poquito más de entusiasmo. Quizás así nos iría mejor a todos.
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