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La salvación está en la comida. Por lo visto, comer sano nos va a descubrir que el paraíso estaba aquí en el mundo. Tanto tiempo buscando y todo se reducía a comer bien. Ya nos enseñaron que votábamos mal y cuál era el modo de votar bien. Ahora toca aprender a comer. Hemos estado comiendo mal y, como dice algún vendemotos, nos toca reaprender o desaprender.
Las estadísticas lo dicen. El profeta Harari en su revelación Homo Deus anuncia, con la verdad matemática por delante, que hay más muertos en el mundo a causa del azúcar que por culpa de la pólvora. Las cifras dicen que la obesidad infantil aumenta. Sí a todo. Hay que moverse, es preciso enseñar a la gente a comer con sentido común y es recomendable reducir lo excesivamente azucarado a fiestas y cumpleaños. Esto sería lo normal, aunque parece que la estadística dice que no nos enteramos. Después, algunas autoridades como el ministro de Consumo deberían dejar de hacer el ridículo, al menos una semana al año, y entender que, en el ejercicio de su libertad, cada uno hace lo que le da la gana.
Sin embargo, hemos elevado la comida a una categoría superior y le hemos dado prioridad sobre otras muchas actividades que deberían ser más importantes en una sociedad civilizada. Sería interesante ir más allá de las funciones primarias del mamífero. Se habla poco, por ejemplo, de bondad, equidad, longanimidad, urbanidad, sobriedad, fortaleza, justicia o humildad. Son virtudes humanas de las que ya no se habla. Nos preocupa mucho perseguir a nuestros hijos con ridículos trozos de fruta cortada pinchados en un tenedor. Parece, sin embargo, que nos importa menos que los niños no tengan un mínimo poso cultural, que no dispongan de herramientas para ser mejores personas, que no sepan quién es Bob Dylan o que no hayan ido nunca al Museo del Prado. Aquí es cuando lo de la comida me empieza a sonar a pienso para los pollos.
"Hemos elevado la comida a una categoría superior y le hemos dado prioridad sobre otras muchas actividades que deberían ser más importantes"
La comida es la nueva moral y también es el nuevo Mercedes. Es otra muestra de estatus social. Hemos canonizado a los cocineros y los miramos embobados como si fueran los grandes gurús de la sociedad. Les pagamos para que nos pasen la mano por el lomo. La gala de las estrellas Michelín fue antes de ayer. No hemos perdido ninguna. Todo en orden. La vida puede continuar. Los cocineros son, por lo general, gente muy interesante y trabajadora que, a veces, nos matan de hambre y otras, nos cuelan la historia del rey desnudo. No van a solucionar nuestros problemas. No es lo suyo. Están muy ocupados cocinando.
No les voy a mentir. Para mí un grán éxito en la vida es comer en casa con mi familia o por ahí, alguna vez, con mis amigos, no quedar a comer con nadie más, que no me inviten demasiado y que me dejen en paz. El gran éxito es elegir, ser elegante en el sentido estricto de la palabra y zamparme, de vez en cuando, dos donuts y una Coca-Cola cuando paro en una gasolinera.
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