Marisa Fatás Licenciada en Historia
OPINIÓN

El nombre exacto de las cosas

Una mujer pasea a un perro junto a una pared con una pintada, que reza "a mí no me encerréis".
Una mujer pasea a dos perros junto a una pared con una pintada que reza "a mí no me encierren".
JAVIER BARRETO / EFE
Una mujer pasea a un perro junto a una pared con una pintada, que reza "a mí no me encerréis".

Expresiones como "nueva normalidad" o "reconstrucción de España" parecen acuñadas para la neolengua, concepto creado por George Orwell.

Pero solo se puede reconstruir lo que está destruido. No es el caso de nuestro país. Lo ha corroborado la instalación del hospital madrileño de campaña en tan solo 48 horas. Durante más de un mes ha alojado a unos 3.800 pacientes afectados de Covid-19. En él han trabajado al mismo tiempo militares y paisanos, sanitarios y bomberos, oficios y voluntarios entre otros. España no está destruida.

Decía Juan Ramón Jiménez en Eternidades (1918), "¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!". Eso es lo que se necesita en estos momentos: precisión. Si en lugar de "reactivar" o "actualizar" nuestra economía y el tejido social y empresarial, pregonamos su reconstrucción, como apuntan los altavoces del Gobierno, se corre el peligro de imaginar neorrealidades a medida de una neolengua orwelliana o, incluso, goebbelsiana.

En la novela 1984, el inglés Orwell presenta un Estado totalitario caracterizado por el ente Gran Hermano que todo lo vigila, la Policía del Pensamiento y la neolengua que transforma el idioma con fines propagandísticos y represivos. 

El libro, setenta años después, sigue siendo inquietante. No en vano, en 2017, con la llegada de Trump a la presidencia de los EE UU y la era de la posverdad, el título se convirtió en un superventas. 

Con la crisis del coronavirus, expresiones como "nueva normalidad" por normalidad, "reconstrucción social y económica" o "distancia social" por distancia física, enfocan las alarmas sobre la retórica de la política.

Orwell participó en la Guerra Civil española contra los nacionales franquistas. Una vez en Inglaterra, escribió sus dos obras principales, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), ambas resultado de su experiencia en la contienda. "Cada línea seria que he escrito desde 1936 lo ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo", escribió en 1946.

La neolengua, idioma creado en 1984, se inspiró en la propaganda estalinista y nazi. En su distopía, Orwell imaginó una sociedad donde se deformaba la información, se vigilaban los domicilios y había una fuerte represión. 

El partido único era el Inglés Socialista (Ingsoc) y su lema "Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza" recogía la esencia del Ministerio de la Verdad y se regía por la neolengua: una ingeniería social con la cual las palabras significaban lo contrario de lo que la gente venía creyendo. Una idea inspirada en Goebbels, ministro de Instrucción y Propaganda del Reich, y en el agitprop estalinista.

En otros países también se habla de "nueva normalidad", pero desde el Gobierno de Pedro Sánchez se ha hecho uso de la expresión con especial énfasis. El efecto es, como poco, inquietante. Ante la insistencia en la necesidad de "reconstruir el país", surgen preguntas: ¿no sería más adecuado debatir sobre reforma o actualización y precisar si se protegerán los intereses de las élites o se procurará una redistribución más equitativa de la riqueza?

En El golem, Borges afirma: "El nombre es arquetipo de la cosa/en las letras de ‘rosa’ está la rosa/y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’". Con el nombre exacto se tiene el concepto exacto. Quien controla la palabra, controla el concepto. Quien controla el concepto, controla el pensamiento. Nuestras bases son sólidas. Mejorarlas o reforzarlas será más apropiado que reconstruirlas. Porque no se han destruido. 

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