Miguel Ángel Liso Director de medios de Henneo
OPINIÓN

23-F: "Señor… qué ocasión estamos perdiendo"

El rey Juan Carlos saluda a Santiago Carrillo, en presencia de Alfonso Guerra (d), tras la sesión solemne del XXV Aniversario de su Proclamación como Rey de España, que se celebró en el Congreso de los Diputados el 22 de diciembre de 2000.
El rey emérito Juan Carlos I saluda a Santiago Carrillo en diciembre del año 2000.
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El rey Juan Carlos saluda a Santiago Carrillo, en presencia de Alfonso Guerra (d), tras la sesión solemne del XXV Aniversario de su Proclamación como Rey de España, que se celebró en el Congreso de los Diputados el 22 de diciembre de 2000.

En la noche del 23 de febrero de 1981, un coronel del Ejército no se cortó un pelo al contestar con cierta ironía y resignación al rey Juan Carlos, cuando el monarca le instaba por teléfono a que no se sumara al golpe militar que se había iniciado horas antes en el Congreso: "Cumpliré sus órdenes, señor, pero qué ocasión estamos perdiendo". Este hecho lo contaba en su libro Memorias, atribuyéndoselo al relato del propio rey, el líder del PCE Santiago Carrillo, que acudió al Palacio de la Zarzuela para reunirse con don Juan Carlos junto con Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga Iribarne y Agustín Rodríguez Sahagún, horas después de ser liberados de la carrera de San Jerónimo. Aún seguían conmocionados por lo que había ocurrido en un día que ha quedado grabado en la larga historia de los pronunciamientos militares en España y del que ahora se cumplen cuarenta años.

"Se ha especulado y escrito mucho sobre si el rey emérito tenía conocimiento o no de ese golpe de Estado, pero estuvo al margen del pronunciamiento"

En la intimidad, el rey les pidió a todos unidad, fuerza y voluntad para superar lo ocurrido, y les adelantó otra información que les dejó perplejos, según contaron algunos de los presentes. Don Juan Carlos escuchaba a Suárez pedirle disculpas por haberse equivocado al sospechar siempre de la falta de lealtad del general Alfonso Armada, puesto que el segundo jefe del Estado Mayor del Ejército se había convertido en un héroe al lograr, ni más ni menos, la rendición de las fuerzas que ocupaban el Congreso. Pero el rey le interrumpió: "Adolfo, no te equivocaste, Armada era el jefe de la conjura". El 28 de febrero, el general fue detenido; y meses después, condenado a 30 años de prisión.

Se ha especulado y escrito mucho sobre si el rey emérito tenía conocimiento o no de ese golpe de Estado. Ha habido empeños varios de implicarle en esa astracanada militar con medias verdades –las más peligrosas y fáciles de manipular– y divagaciones interesadas y gratuitas, pero estuvo al margen del pronunciamiento. Se le podría reprochar que por su espontaneidad, exceso de confianza con mandos militares y, a veces, ligereza en sus comentarios, hiciera valoraciones inoportunas sobre la turbulenta y agitada situación política española de ese momento, con una democracia naciente y frágil todavía. Y es probable que esos comentarios, en medio de ciertos ecos de ruido de sables que ya se oían, llevaran a algunos insensatos a la interpretación fatal y ambiciosa de que la mejor forma de servir al rey y a España era promover un levantamiento militar que salvara al país de no se sabe qué catástrofe.

"No sabemos aún cómo evaluará la historia su reinado. Lo lógico es que primen el impulso y la consolidación de la democracia en España"

Ese 23 de febrero de 1981, sobre las 18.20, don Juan Carlos I, enfundado en un chándal blanco, se encaminaba por los pasillos del Palacio de la Zarzuela hacia la pista de squash de su residencia, para jugar un partido con un amigo. Era evidente que no le preocupaba la votación que a esas horas se desarrollaba en el Congreso de los Diputados, para investir como presidente del Gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo, tras la dimisión de Adolfo Suárez, ya que el resultado final se conocía de antemano. Al parecer, ni siquiera había llegado a la cancha cuando fue requerido con nerviosismo y urgencia por uno de sus principales colaboradores. A las 18.23, un grupo de guardias civiles armados había entrado en el hemiciclo, interrumpiendo la sesión de investidura. Era la operación golpista Duque de Ahumada, que comenzó a desactivarse a partir de la una de la madrugada del 24 de febrero, cuando el rey, vestido con el uniforme de capitán general, leyó ante las cámaras de televisión un breve pero contundente mensaje, en el que pedía serenidad y confianza a los españoles y consideraba intolerable la conducta de aquellos que estaban tratando de interrumpir el proceso democrático, ordenándoles que depusieran su actitud.

Políticos que en aquellos tiempos trataron personalmente al rey nunca dudaron de la actitud firme del monarca contra el golpe militar. Incluso estuvieron convencidos de que era la única persona capaz de abortarlo en pleno inicio de la transición. En círculos privados, don Juan Carlos repetía que jamás se le pasó por la cabeza seguir el ejemplo de su cuñado Constantino de Grecia, cuya connivencia con el golpe de Estado de 1967 acabó con la monarquía en ese país, y añadía que los golpistas solo tenían la opción de sacarle de la Zarzuela con los pies por delante si querían quebrar el proceso hacia la democracia.

Esta determinación por frenar el pronunciamiento y el desmontaje del régimen franquista para construir un sistema de libertades homologables al resto de los países europeos son valores que se deben reconocer a don Juan Carlos, pese a que los últimos años han sido nefastos para la buena reputación del monarca. Las informaciones que han aflorado sobre algunas de sus irregularidades fiscales y sus devaneos amorosos, sin discreción alguna, jaleadas además con saña y juzgadas sumariamente con sentencia condenatoria por una legión de inquisidores, han perjudicado su imagen, hasta el punto de abdicar en junio de 2014 y de irse voluntariamente de España en agosto de 2020, para no dañar más la imagen de la institución monárquica.

No sabemos aún cómo evaluará la historia su reinado. Tendrán que pasar años para que ese juicio sea imparcial, justo y ponderado. La historia se escribe mejor con perspectiva y calma, ya que el presente suele ser miope y complejo para hacer juicios instantáneos con dimensión histórica. Desde este enfoque, lo lógico es que primen sobre cualquier otra valoración unos servicios tan importantes como el impulso y la consolidación de la democracia en España, viniendo de una dictadura, y la oposición frontal al golpe de Estado.

Pero volviendo al presente más inmediato, tan convulso y con abundantes faltas de lealtad y respeto institucional cometidas por gentes cuyas responsabilidades públicas les obligarían a ser cautelosos, lo esencial es que dejando atrás comportamientos personales, sometidos aún, como debe ser, a investigación, el actual rey Felipe VI pueda seguir trabajando, sin interferencias ni sobresaltos, en renovar el prestigio y la utilidad de la Corona con inteligencia, ejemplaridad y prudencia. Y sobre todo, contando con una fiel y sincera colaboración. Es indispensable.

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