OPINIÓN

Tortilla sin romper los huevos

Otro grupo de manifestantes sostienen una pancarta en la que se puede leer: "Crisis climática. Estamos jodidos", durante una marcha junto a la entrada del COP25.
Otro grupo de manifestantes sostienen una pancarta en la que se puede leer: "Crisis climática. Estamos jodidos", durante una marcha junto a la entrada del COP25.
Jorge París
Otro grupo de manifestantes sostienen una pancarta en la que se puede leer: "Crisis climática. Estamos jodidos", durante una marcha junto a la entrada del COP25.

En estos tiempos complejos que nos han tocado vivir vuelve a la actualidad la sentencia terrorífica de El Gato Pardo, la magistral novela de Lampedusa que inmortalizara en el cine Visconti: "Cambiarlo todo para que nada cambie". Ya no hablamos de cambio climático. Eso era antes. Ahora hablamos de emergencia climática. Porque todas las alarmas se han disparado. ¡Atención, atención! 1,5 grados centígrados más en el planeta es un desastre que pondrá en peligro nuestro actual estado de confort consumista y provocará gravísimas catástrofes ambientales. Y todo apunta a que vamos a pasar de largo esta línea roja y superaremos los 3,2 grados antes de final de siglo.

Pero nuestros políticos y grandes empresarios están tranquilos. Que no cunda el pánico. Aseguran que vamos a revertir la situación, iniciar una transición ecológica modélica donde todo será incluso mejor que ahora, tendremos energías renovables casi gratis, coches eléctricos autónomos a precios de risa, comida ecológica a precio más barato que la comida basura y pajaritos cantando felices en el alfeizar de nuestras ventanas.

¿Alguien se lo cree? Ese mundo feliz no existe. Si queremos cambiar nuestro actual e insostenible modelo de vida habrá que perder algunas cosas a cambio de garantizar el mantenimiento de otras. No se puede hacer una tortilla sin romper antes los huevos. Pero nadie habla de los sacrificios que supondrá esa transición. Porque, en el fondo, nadie se cree que la acometeremos. Tampoco los que estos días participan en la cumbre del clima. Tanta palabrería, tanto postureo, tanta publicidad y tanta inacción me recuerda mucho a la crisis de la burbuja inmobiliaria. Todos sabíamos que en algún momento iba a explotar, que nos iba a estallar en las manos. Pero nadie levantó el pie del acelerador. Y al final estalló.

Esta cumbre de Madrid es la reunión número 25. La primera fue en Berlín en 1995. Y en las 24 reuniones posteriores no se ha logrado algo tan básico como reducir algo las emisiones globales de gases de efecto invernadero, que es su principal razón de ser. Todo lo contrario. Se han disparado. Aún así, nuestro reto es reducirlas a la mitad antes de 2040, triplicando los actuales esfuerzos de contención. Pero vamos mal. Estados Unidos y Brasil lo consideran un sacrificio inútil que lastrará sus economías y directamente pasan ya del tema. Sin ellos o sin China, poco margen de maniobra tenemos. Por no hablar de los negacionistas, cada día más fuertes gracias a la fortaleza de las grandes sumas de dinero gastadas por los lobbies para convencernos de que todo es falso, que si hace calor ya pondremos aire acondicionado, y si sufrimos desastres naturales siempre nos quedará una buena póliza de seguros. ¿Para qué cuestionarse este mundo feliz?

Pues porque nos va en ello el futuro. Si cambia el clima cambia todo. A peor. El oso polar no es la preocupación. Nuestros hijos y nietos están más amenazados que nadie. Por eso esta cumbre es tan importante. Para ser ambiciosos y promover una economía descarbonizada global. Para poner en marcha mercados internacionales de carbono que permitan promover la transición energética en países poco desarrollados. Y lo más importante, para generar una masa crítica mundial que actúe como palanca del cambio hasta promover una auténtica revolución. Unos pocos haciendo y exigiendo cambios globales en nuestra manera de consumir recursos. Promoviendo la economía circular y la bioeconomía. Volviendo a lo local, a lo pausado. Con legislaciones nacionales que se comprometan al objetivo de cero emisiones. Iniciando el decrecimiento.

Habrá que romper esos huevos de oro, es verdad. Pero necesitamos una buena tortilla de sostenibilidad cuanto antes. Y se está cocinando estos días en la COP de Madrid. O la guisamos bien o nos guisaremos todos.

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