Carmelo Encinas Columnista de '20minutos'
OPINIÓN

Torra y la implosión del 'procés'

Quim Torra, durante la declaración institucional.
Quim Torra, durante la declaración institucional.
Quique Garcia / EFE
Quim Torra, durante la declaración institucional.

Los humanos inventaron la política por su necesidad de vivir en sociedad y delegar la responsabilidad en personas concretas con el encargo de organizar y dirigir al conjunto. A eso lo llamaron "gobernar" y el objetivo prioritario de tal actividad no es otro que el de solucionar los problemas de la gente y mejorar sus condiciones de vida. Quien lo consigue es considerado un buen político y quien no, uno malo.

Por obvio que resulte tan elemental razonamiento conviene tenerlo presente para no perderse en el laberinto político catalán. Hace unos días, el Centre d’Estudis d’Opinió, es decir el CIS de Cataluña dependiente de la propia Generalitat, concluía rotundo que el Govern no sabe cómo resolver los problemas de los catalanes.

Solo el 1,6% de los encuestados piensa que el Ejecutivo que preside Quim Torra soluciona sus problemas, y casi el 62% considera que ni siquiera sabe cómo hacerlo. Es decir que, separatistas o no, hay una mayoría abrumadora de ciudadanos de Cataluña que piensa que Torra es un político nefasto, sin paliativos.

La pregunta es cómo se puede seguir en el machito de la política con esa carga; cómo se puede pontificar, exigir y recibir sonriente el aplauso de sus corifeos en público sin que la cara se caiga de vergüenza. Hay que estar hecho de una pasta muy especial para que le resbale tan demoledora sentencia demoscópica.

Es la misma que le permite comparecer con patética solemnidad para denunciar la supuesta traición de sus compañeros de viaje por no hacer seguidismo de sus provocaciones al Estado de derecho con asuntos tan ridículos como la imposición de una pancarta en el balcón de la Generalitat. Torra le exigió al Parlament que se saltara la ley, y esta vez los socios de Gobierno pusieron pie en pared no dejándose arrastrar por su estéril y desquiciada deriva.

El lunes pasado, en la Cámara autonómica catalana, la unidad del independentismo saltó por los aires y con ella los restos del procés, de tan desgraciado e inútil proceder. La excursión que les montaron a los políticos presos para asistir a la Comisión del 155, donde fueron debidamente masajeados, sirvió para enfriar temporalmente la implosión por su emotiva y casi lacrimógena invocación a la unidad, pero bastaron 24 horas para que Torra convocara a los medios acusando a ERC de deslealtad y de romper la estrategia común, que es como tacharles de botiflers.

Escenificando una dignidad de la que a todas luces carece, dio por terminada la legislatura pero con la chulería de guardarse el anuncio de la fecha de adelanto electoral hasta la aprobación de los Presupuestos. Solo le faltó decir que convocará elecciones cuando a él le salga de los collons, así entiende el president lo de la estrategia común. Habrá pues elecciones en Cataluña no cuando a los catalanes les convenga y mucho menos a sus socios del Govern, a quienes detesta. Habrá comicios cuando a él le venga bien y a Puigdemont, que mueve sus hilos. Un expresident a quien, por cierto, han despreciado los grupos del Parlamento Europeo junto a Toni Comín, su compañero de fuga, donde no encuentran acomodo. Nadie quiere identificarse con ellos. Nadie quiere a los políticos de esa calaña.

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