Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

El año de Joaquín Phoenix

Joaquin Phoenix en una escena de Joker
Joaquin Phoenix en una escena de Joker
WARNER BROS. - Archivo
Joaquin Phoenix en una escena de Joker

Con más gloria que dolor, Antonio Banderas anticipó que el Óscar lo iba ganar un tío que "se había pasado cuatro pueblos" por su interpretación de Joker. Phoenix, hermano del prematuro e inmaduro River –al que el caballo y el perico despacharon–, responde al nombre de Joaquín, como el delantero del Betis o como el presidente/disidente de Cataluña. 

En un año como 2020 en el que se podría dar un premio de originalidad a quien bautizara con este nombre a su rorro, cualquiera de los tres se han pasado varios pueblos, alguno hasta llegar a Vic, donde la alcaldesa ha instado a hablar en catalán a quien por su aspecto físico no parezca catalán.

El ser sintiente que ha pronunciado estas palabras responde al nombre capicúa de Anna Erra, que leído al revés significa Arre Anna. Arre o so, habría que someter a toda criatura con pulsión soberanista a una rueda de reconocimiento para verificar si tienen el instinto innato de determinar raza. A mí que me da que los homínidos de la periferia de Cataluña que tenemos déficit racial no acertaríamos ni una.

Más allá de recomendar la película como un ejemplo de relativización iniciática del mal, tengo la impresión certera de que el guionista se ha inspirado en la Barcelona de la narcolepsia separatista. Porque Gotham City no es más que la adaptación distópica de la Condal City, y Joker, salvando todas las diferencias, un aprendiz de segundo nivel de Torra.

Sin desvelar la intensidad de la trama, en ambos casos los protagonistas son residentes de una identidad propia, ficticia y brumosa que les induce a confundir la realidad con la irrealidad. Es más, en ambos casos, por error de percepción y hasta de nacimiento, trastocan al enemigo, de modo que para Joker es su malvado padre y para Torra, una malvada madre llamada España. 

Lo que tienen en común ambos lumbreras es que construyen un enemigo por necesidad y sin compasión, porque solo pueden vivir a conciencia si el enemigo existe. De hecho, cuando Joker pierde el pulso y descubre que su pretendido padre no es tal, el suelo se abre a sus pies, como ocurriría el día en que Torra y sus secuaces descubrieran que el enemigo no es España.

Pero es más, cuando Joker es despedido como figurante de payaso, continúa ejerciendo como tal, al igual que el inhabilitado Torra prosigue dando substancia al personaje de president al modo de Ubú rey. Un policía en una escena final de la película espeta a un Joker liberado: «La ciudad arde por tu puta culpa». A lo que el payaso redimido, como si fuera el «puto amo» de Guardiola, pronuncia un triunfal: «Lo sé». También lo sabe Torra cuando un genuflexo y redondo Secretario de Estado le reverencia. Y es que en el circo crecen los payasos.

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