Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Simón acelera

El director del Centro de Emergencias y Alertas Sanitarias, Fernando Simón, informa de la evolución de la pandemia del coronavirus.
El director del Centro de Emergencias y Alertas Sanitarias, Fernando Simón, informa de la evolución de la pandemia del coronavirus.
LUCA PIERGIOVANNI / EFE
El director del Centro de Emergencias y Alertas Sanitarias, Fernando Simón, informa de la evolución de la pandemia del coronavirus.

Fernando Simón subió a la moto como quien sube al cielo. Como Ángel Nieto en Domingo de Resurrección. El oráculo pandémico ha acabado convertido en un modelo de ocasión, como si nada de lo que hubiese ocurrido fuera cierto y como si nada de lo que no ocurrió hubiera podido ser. 

Somos una sociedad de memoria pasajera en la distancia corta y de ajuste de cuentas con su memoria histórica en la distancia larga. La percepción mórbida en España ha vencido a la razón, mientras Simón tira de embrague seco. Caprichos nacionales de la memoria.

Todos conocemos personas con memorias prodigiosas, y, sin embargo, carentes del más mínimo sentido práctico y lo que es más, de la más mínima inteligencia. Por su parte, conocemos también personas con memorias efímeras, tan caducas como la flor de un día. Allí queda Simón, confinado en el mundo de los recuerdos selectivos. El hombre de las ruedas de prensa, el de las declaraciones solemnes, el de las almendras, transformado en un easy rider sin casco ni mascarilla.

Nosotros mismos hemos sido testigos de lo mucho o poco que esconde nuestra memoria, o, a la inversa, de lo terco y persistente que es el olvido. Por ello, cuando olvidamos, ponemos fin a parte de nuestra existencia vivida y creemos que algo se va descomponiendo. Sin embargo, cuesta olvidar el amor no correspondido, porque duele, y el dolor es punzante como la muerte en vida. 

Cada vez es más reacio el nuevo 
hombre a reflexionar, buscando 
acomodo en el gregarismo más vulgar

La ‘nueva normalidad’ arrastra consigo la devastación de la memoria y se transfigura en una distopía posible, que esconde la verdad y somatiza el recuerdo hasta hacer desaparecer lo que fue y no debió ocurrir. 

Solo han pasado tres semanas y ya corremos el riesgo de negar, por negar, que estuvimos enchironados con cacerolas en nuestras casas. Y Simón en la de todos.

Siempre he pensado que cuando hablamos de memoria, realmente queremos hablar de olvido. Olvidamos nombres de personas, olvidamos rostros, olvidamos responsabilidades, olvidamos calamidades. Es una suerte de muerte paulatina, una sombra de proyección progresiva y gradual que va gangrenando cada habitáculo del cerebro donde se esconde nuestro pasado.

Ahora bien, la verdadera pandemia moral del mundo moderno es la imposibilidad del conocimiento reflexivo y crítico. El ciudadano se ha convertido en un espectador asaeteado a cada instante por noticias y ruidos, sin posibilidad de desarrollar un pensamiento mínimamente analítico. 

Por eso mismo, cada vez es más reacio el nuevo hombre a reflexionar, buscando acomodo en el gregarismo más vulgar, seleccionando aquellas noticias e informaciones que mejor sirvan al espíritu de la colmena que ha elegido. Y Simón ya pertenece a una colmena. La de los suyos.

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