Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

La otra pandemia

Agentes de Policía, en las inmediaciones de la Ópera de Viena, tras los ataques terroristas cometidos en la capital austriaca.
Agentes de Policía, en las inmediaciones de la Ópera de Viena, tras los ataques terroristas cometidos en la capital austriaca.
CHRISTIAN BRUNA / EFE
Agentes de Policía, en las inmediaciones de la Ópera de Viena, tras los ataques terroristas cometidos en la capital austriaca.

Mientras la Covid-19 azota a la humanidad, en algunos países, especialmente europeos, ha reaparecido una nueva ola de otra pandemia que se cobra vidas y para la cual tampoco se encuentra remedio. El terrorismo yihadista, que no descansa ni siquiera en los puentes, ha vuelto a golpear con saña, suponiendo que en algún momento haya permanecido inactivo, a las sociedades modernas donde impera el bien de la libertad.

Hace algunos días, cuando una nueva racha de asesinatos callejeros a golpe de cuchillo, se comentó que los terroristas islamistas habían renunciado a los grandes atentados – como fueron los de Madrid, Londres o Niza – con decenas o centenares de muertos, para seguir matando de uno en uno y sembrando igualmente el miedo en las sociedades que les brindaban hospitalidad.

Primero estrenaron el nuevo método en el Reino Unido, donde se repitieron numerosos asesinatos perpetrados en plena calle a golpe de cuchillo contra personas indiscriminadas, daba igual cual era su religión, su etnia o su identidad. En las dos últimas semanas, el sistema se extendió a Francia, con la decapitación de un profesor, y, contando con la aquiescencia de gobiernos como el de Turquía, varios golpes contra ciudadanos judíos, y sedes religiosas, iglesias y sinagogas.

Esta tarde, le tocó la desgracia a Viena, la capital de Austria, donde dos terroristas ametrallaron una sinagoga y mataron a varias personas – todavía no se ha confirmado la cifra --. Uno de ellos murió al estallarle el cinturón de explosivos que llevaba y otro huyo matando o ,al menos intentando incrementar la masacre disparando contra la gente que caminaba por las aceras.

En medio e la convulsión de una ciudad habitualmente pacífica, enseguida ha cundido la alarma estimulada ante las noticias y rumores que empezaron a circular de boca en boca sobre la perpetración de un atentado múltiple, con tiradores en diferentes barrios aumentando las víctimas y el pánico colectivo.

Las noticias al escribir estas notas son tan imprecisas como alarmante. Habrá que esperar algunas horas para conocer con precisión la magnitud de la masacre. Pero al margen del número de muertos y heridos, hay algo más inquietante: el temor a que los antiguos pistoleros del llamado Estado Islámico (ISIS) se dispersaran en su huida hacia otros países, se está confirmando.

Muchos están en el Sahel, al que han convertido en su principal base de operaciones, desde donde se han extendido enseguida por los países países limítrofes, como Mali, Níger, Burkina Fasso o el Chad y disponen el envió de predicadores a lavar el cerebro a sus fieles y de terroristas bien entrenados con el encargo de mantener viva su obnubilación y amenaza.

Para ellos, la pandemia que sufrimos todos, algunos de los suyos se supone que incluidos, no es motivo para frenaren su desafío constante a las vidas ajenas. Por el contrario, el momento de crisis y dolor que causa la pandemia es un aliado. Lo suyo es que cuanto peor se ponga la convivencia y más se altere la paz, mejor. Las vidas no cuentan: empiezan por despreciar las propias.

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