Si los Juegos Olímpicos (1992) fueron un momento mágico que resume la etapa donde Barcelona y Cataluña ofrecieron lo mejor de sí mismas, los últimos veinte han sido destructivos para los catalanes y sus instituciones.
El Estatuto de 2006 no sirvió para mejorar el autogobierno, como pretendía Pasqual Maragall, sino para que de su fracaso saliera el populismo separatista. Hasta la crisis de 2008 a Cataluña le había ido muy bien como motor económico de España y líder en el sur de Europa. Pero con el proceso soberanista la influencia catalana ha disminuido, con pérdida de inversiones y prestigio en un marco de incertidumbre.
En 2017, Barcelona no logró ser la agencia Europea del Medicamento, por ejemplo. Tras el agotamiento del proyecto de ciudad de los socialistas en 2011, los que han venido después solo han sabido exprimir las fabulosas rentas de los éxitos pasados, pero sin aportar ninguna idea nueva. Y el convulso procés iniciado en 2012 lo ha devorado todo.
Hoy ya sabemos no habrá independencia sino decadencia. 20 años después, Cataluña está agotada y empobrecida.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios