Helena Resano Periodista
OPINIÓN

La pandemia de la soledad

Soledad, personas mayores, envejecimiento
Un hombre descansa solo sobre un banco en una imagen de archivo.
EUROPA PRESS
Soledad, personas mayores, envejecimiento

Ya era un problema serio y grave antes de la pandemia, pero con todo lo que hemos vivido este último año, la situación se ha agravado aún más. La soledad era, es y seguirá siendo la gran epidemia de este siglo XXI. Antes de que la Covid ocupara todo y paralizara nuestras vidas, eran frecuentes las noticias de ancianos que llevaban meses, o incluso años, muertos en sus domicilios sin que nadie les echara en falta.

Morir sabiendo que nadie te echará de menos es el peor de los finales. Acabar tu vida en el mayor de los olvidos es lo que nos trajo aquella forma de vida que el coronavirus barrió: vivíamos ajenos a lo más cercano, pensábamos en global, sin saber lo que teníamos al otro lado del rellano de la escalera. Apenas conocíamos a nuestros vecinos, no sabíamos de sus vidas, ni siquiera sus nombres, pero seguíamos en redes a auténticos desconocidos que vivían en la otra punta del mundo. Si nos cruzábamos en el ascensor, un "buenos días" educado era lo poco que intercambiábamos; y hasta la próxima vez, si es que la había, si es que la recordábamos. Eso era lo más terrible. No recordar, no saber quién era tu vecino. La Covid, al menos esto, lo cambió para siempre.

En Japón, ante el aumento del número de suicidios, sobre todo entre las mujeres, el Gobierno ha decidido convertirlo en una cuestión de Estado y ha creado una cartera específica para este problema: el Ministerio de la Soledad. La idea es identificar las causas y los problemas que llevan a esa situación, y generar políticas que prevengan los suicidios y la soledad social. Solo el año pasado –y solo en Japón– se suicidaron 20.919 personas, 750 más que el año anterior. Lo peor es que era la primera vez en once años que crecía el número de suicidios en el país nipón, y eso hizo saltar las alarmas.

La pandemia ha generado ansiedad, miedo, incertidumbre… El confinamiento fue una prueba durísima para la convivencia de muchas familias, para el desarrollo de adolescentes y niños, para quienes vivían solos, no solo ancianos, también gente joven que se había independizado y cuya vida se sustentaba, fundamentalmente, hasta ese 14 de marzo, en sus relaciones sociales: sus viajes, sus quedadas con amigos, sus cenas y comidas de trabajo… La casa no era el hogar, el hogar estaba fuera. Pero la pandemia les colocó de bruces frente a una realidad que no habían asumido o no habían querido asumir: la soledad.

Los expertos en salud mental han alertado del aumento de consultas y de trastornos graves. Se confiesan preocupados. Durante estos meses son muchos los que han perdido el trabajo o a un familiar, y quienes se han mantenido más o menos activos también sienten esa fatiga emocional. Está pasando, todos tenemos cerca a alguien a quien le está pasando factura todo esto. Y es algo sobre lo que habrá que trabajar también cuando todo esto pase.

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