OPINIÓN

Los libros de Mendel han llegado para quedarse

Una persona lee un libro.
Una persona lee un libro.
GTRES
Una persona lee un libro.

Una de las aficiones más satisfactorias que he encontrado ha sido la lectura. Dejar volar la imaginación mediante el papel, bajo la luz de una pequeña y directa bombilla, es quizá uno de los mayores placeres que existen. Las horas pasan, y la mente siembra.

No se trata de vivir entre libros, dedicado única y exclusivamente a la literatura como hacía Jakob Mendel, el protagonista de una de las mejores novelas de Stefan Zweig como es Mendel el de los libros. Este personaje, un antiguo librero de viejo, se pasaba los días postrado en la misma mesa del Café Gluck de Viena. Todos le admiraban por sus conocimientos acerca de ejemplares literarios, sabía encontrar lo que nadie podía hacer, quizá una de las grandes virtudes de gente de su profesión. 

Leer ha ayudado a la gente a pasar de una forma más entretenida el confinamiento con 8 horas y 25 minutos a la semana

Algo parecido pasa aquí con nuestros queridos libreros de la madrileña Cuesta de Moyano o del Mercat de Sant Antoni en Barcelona. Gente que te aconseja para que disfrutes, no solo por unos cuantos euros de más en sus cajas registradoras. Mendel era un hombre extraño que se hacía querer, y al que la fortuna juega una mala pasada debido a que la actualidad del mundo le pasaba por encima

Estos días saltaban los datos del Barómetro de Hábitos de lectura y compra de libros en España en el año 2020, y me alegraba conocer una buena referencia a causa de la pandemia. Leer ha ayudado a la gente a pasar de una forma más entretenida el confinamiento con un récord histórico de 8 horas y 25 minutos a la semana dedicados a esta labor. Ahora mismo casi 7 de cada 10 españoles mayores de 14 años lee libros, y su mayoría lo hacen en el tiempo libre. De hecho, en la última década ha aumentado esta ociosa afición un 12%.

Recuerdo ver diariamente a mi madre leyendo en la cama antes de irse a dormir. Era socia del Círculo de Lectores

Desde que era pequeño recuerdo ver diariamente a mi madre leyendo en la cama antes de irse a dormir. Las novelas volaban por su mesilla y cualquier excusa era buena para dedicarle un rato a Pérez-Reverte, Pérez-Galdós, Ken Follet o Paulo Coelho entre otros. Era socia del Círculo de Lectores y cada vez que un vendedor tocaba el timbre de nuestra casa se ponía bien contento por el agosto que hacía.

Me costó una adolescencia y una etapa de la veintena comprender ese valor que, aunque lo tenía delante, me estaba perdiendo. Todo hasta que Carlos Ruiz Zafón y "Marina” se cruzaron en mi camino. Desde entonces ha sido complicado frenar este bendito problema y seguir regalando horas a la muerte pasando irrelevantes fotos de Instagram.

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