OPINIÓN

Un pastel llamado fútbol

La afición culé, minoritaria en la grada.
Una imagen de archivo de la afición culé.
EFE
La afición culé, minoritaria en la grada.

Llega el fin de semana, ese tiempo de desconexión de la rutina y de sumergirse en un mundo paralelo que solamente entienden los enfermos del balón. Desde el lunes el aficionado programa sus jornadas de descanso en función de las dos horas que trata de tener libres para ver a su otra familia, los de pantalón corto y peinados llamativos. Un deporte que tiene el poder de enganchar tanto como el peor de los excesos. Domingo por la tarde, bocata, estadio y según vaya el encuentro llegan los abrazos o los lloros. Emocionalmente, el día siguiente depende de una jugada, de esa decisión arbitral o de aquel larguero. El puñetero balompié manda.

En la actualidad, los fans se levantan ese mismo domingo, pero se tienen que tomar el café en el metro rumbo al estadio porque si no, no llegan al partido que los asiáticos disfrutan a las cinco de la tarde. Desde hace años el aficionado dejó de interesarle bien poco a los estamentos que rigen el fútbol. Son el decorado y el arma arrojadiza. El movimiento desatado por 12 de los clubes más poderosos de Europa para organizar un torneo privado que les va a reportar más ingresos en sus arcas y va a dotar de máxima competitividad al panorama futbolístico ha caído de forma diferente en cada barrio. La UEFA, máximo organismo continental, se opone al quedarse en fuera de juego, las federaciones no quieren ni oír hablar del tema y las ligas se agarran a un clavo ardiendo para no perder un buen puñado de euros. Hay jugadores, gobiernos, peñas e incluso otros clubs que se han mostrado en contra de esta nueva competición, aunque la primera piedra ya está tirada. 

"Al final el aficionado seguirá yendo al estadio el día y a la hora que le digan, porque los que mandan no entienden de frío ni calor, ni de madrugones o festivos"

La sociedad evoluciona con el paso del tiempo, y el deporte más seguido del mundo no se queda atrás. Hoy en día disfrutamos de espectaculares retransmisiones televisivas e incluso se instauró un sistema de arbitraje mediante vídeo para dotar de mayor justicia las competiciones. En nuestro país hay equipos como Sevilla, Villarreal, Real Sociedad o Valencia, entre otros, que también podrían tener un hueco en esta Superliga y se han quedado sin él. Ello les llevaría a ver cada vez mayor distancia en sus ingresos respecto a Real Madrid, FC Barcelona o Atlético de Madrid. Si a cualquiera de estos conjuntos le hubiesen propuesto entrar en esta competición, no tengo dudas de que sí que hubiesen aceptado. Más dinero, grandes jugadores, mejores instalaciones y más competitividad.

Realmente no se sabe si este proyecto saldrá adelante, pero sí que sabemos que el fútbol que conocieron nuestros padres y abuelos murió hace mucho tiempo. La UEFA va a pelear duro y a amenazar al mayor activo de los clubs, como son los jugadores, hasta que consiga un trozo de ese jugoso pastel económico. Lo mismo harán las federaciones o las ligas. Al final el aficionado seguirá yendo al estadio el día y a la hora que le digan, porque los que mandan no entienden de frío ni calor, ni de madrugones o festivos. Animarán a su equipo juegue contra quien juegue y querrán ganar todo título que se ponga por delante, porque por eso padecen esta enfermedad del balón. Poderoso caballero, don Dinero.

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