Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

Petardos

El público mirando los fuegos artificiales del Estartit (Girona) en una verbena de San Juan.
El público mirando los fuegos artificiales del Estartit (Girona) en una verbena de San Juan.
ACN
El público mirando los fuegos artificiales del Estartit (Girona) en una verbena de San Juan.

Llega el solsticio de verano y con él las noches cortas. Es tiempo de verbenas populares, hogueras de San Juan, cohetes y petardos. También es una buena ocasión para disfrutar de la magia del amanecer desde la arena de una playa con amigos o la persona amada. 

La puerta del verano se ha abierto e intentamos colarnos en él ansiando recobrar las horas perdidas, disfrutando de todo aquello que nos ha sido vedado. Bienvenida sea la Llama del Canigó y bienvenida la alegría que la acompaña. Pero una vez constatadas estas premisas festivas, permítanme alertar sobre elementos susceptibles de enturbiar nuestro gozo

No pretendo ser aguafiestas, pero conviene poner freno a la cultura del ruido. No abogo por privar a nadie del placer de contemplar como un cohete desparrama un haz de estrellitas multicolores. Tampoco propongo arruinar la industria ni el comercio de la pirotecnia, pero sí recomendar un control adecuado de la contaminación acústica y química que provoca su combustión. 

Todo ello sin obviar la prudencia exigible a la hora de activar una traca o prender la mecha de un petardo. Cada año cientos de personas de todas las edades, sufren quemaduras y percances al no haber observado las medidas de seguridad.

 El uso abusivo de la pirotecnia no solo causa fastidio y enojo a los humanos, sino que también contamina el aire y afecta a los animales de compañía provocándoles miedo y ansiedad. La cultura del ruido habita entre nosotros. Lo sé, quizás ha llegado el momento de atenuar sus aspectos nocivos.

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