Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Haití, el país de las desgracias

Periodistas junto a un mural con la imagen del asesinado presidente de Haití, Jovenel Moise, en Puerto Príncipe.
Periodistas junto a un mural con la imagen del asesinado presidente de Haití, Jovenel Moise, en Puerto Príncipe.
JEAN MARC HERVÉ ABELARD / EFE
Periodistas junto a un mural con la imagen del asesinado presidente de Haití, Jovenel Moise, en Puerto Príncipe.

Haití acumula dos récords simultáneos: es el país independiente más antiguo de América Latina y el más pobre, además de ser el único de habla francesa. También podría decirse que es el país que con más frecuencia genera malas noticias para sus doce millones habitantes y para su imagen internacional. Unas veces son los golpes de Estado, los conatos revolucionarios, los asesinatos o los terremotos que se ceban sobre una población que es considerada como una de las más desamparadas por la suerte.

Quienes creen en razones sobrenaturales culpan al mal fario del vudú, la extraña religión que fanatiza a una buena parte del pueblo. A lo largo de tres décadas Haití sufrió una de las dictaduras más sanguinarias de los tiempos contemporáneos. Los Duvalier, padre e hijo, lideraron una represión que hizo historia por su crueldad. Algunos ancianos aún recuerdan fusilamientos en masa de supuestos opositores cuyo relato resulta espeluznante. Lo mismo que las matanzas que el dictador Trujillo, el vecino dominicano no menos cruel, ejecutó entre los emigrantes haitianos presencia de trabajadores haitianos empleados en las plantaciones de los latifundistas norteamericanos.

En cierta ocasión, el propio presidente, apodado Papa Doc, como era conocido popularmente, invitó al cuerpo diplomático a presenciar, junto a millares de niños reclutados en los colegios públicos, un ritual terrible de sadismo y la muerte. Cuando ya estaba a punto de ejecutarse la sentencia, el mismo Duvalier, que la había decretado, apareció en la plaza del palacio presidencial, en Puerto Príncipe, la capital, vestido de frac y sombrero de copa en actitud solemne. Después de las primeras ráfagas del pelotón de ajusticiamiento, que acabaron con la vida de cuatro de las víctimas, él mismo empuñó un arma y disparó a bocajarro contra el acusado de liderar el grupo subversivo. Luego ordenó llevar su cadáver la aeropuerto y colgarlo a la entrada durante cinco días.

La memoria reciente evoca a los Tonton Macouts, la Policía especial creada para perseguir a los discrepantes y defensores de la libertad, que gozaba del permiso presidencial de asesinar a los sospechosos en el mismo momento de la detención. Son los autores de decenas de miles de víctimas y desapariciones. Cuando Jean Cloude Duvalier, hijo, más conocido como Baby Doc, asumió la Presidencia por designio paterno hizo un amago de realizar algunos cambios que apenas duraron horas. Enseguida la camarilla que respaldaba a su padre logró que volviese por la misma senda y a pesar de su gran impopularidad y desprecio nacional e internacional que causaba, se mantuvo en el cargo nueve años, hasta que un golpe militar lo mandó al exilio dorado de la Costa Azul.

Desde entonces, se sucedieron gobiernos de diferente origen, militares y democráticos, y casi todos acabaron de manera abrupta. Unos años atrás un terremoto que mató a millares de personas, destrozó las humildes viviendas de muchas familias y condenó al país aún a mayores sufrimientos de los habituales. Una década después, los daños del terremoto siguen visibles por todas partes. Lo más triste es que la comunidad internacional nunca se ha tomado en serio ayudar a Haití a sacarlo de lo que se considera por algunos como una maldición.

Su poderoso vecino, los Estados Unidos, no lo tiene en cuenta más allá de rechazar continuamente a los emigrantes haitianos que en la desesperación intentan arribar a sus costas en busca de un presente mejor. Haití es, sin duda, un pésimo ejemplo de la solidaridad que nadie como los norteamericanos deberían prestarle. El asesinato hace escasas horas del actual presidente, Juvenal Moise, muerte violenta que él mismo venía temiendo, ejecutado en su domicilio por pistoleros profesionales es un ejemplo más del drama de un pueblo condenado a sufrir el olvido y la miseria. 

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