OPINIÓN

Luz

El madrileño "Paisaje de la Luz" ha sido declarado Patrimonio Mundial de la Unesco. Madrid consigue así saldar una deuda histórica ya que, hasta este domingo, era la única capital de Europa occidental sin ningún bien inscrito como Patrimonio Mundial. La decisión ha sido comunicada en la 44º sesión del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco desde China y aplaudida desde el Museo del Prado, 'cuartel de operaciones' de la candidatura española, después de un retraso de más de dos horas y media con respecto al calendario fijado. La capital lo consigue por primera vez con la candidatura 'Paisaje de la Luz', formada por el paseo del Prado y el parque del Buen Retiro.
La candidatura 'Paisaje de la Luz', formada por el paseo del Prado y el parque del Buen Retiro.
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El madrileño "Paisaje de la Luz" ha sido declarado Patrimonio Mundial de la Unesco. Madrid consigue así saldar una deuda histórica ya que, hasta este domingo, era la única capital de Europa occidental sin ningún bien inscrito como Patrimonio Mundial. La decisión ha sido comunicada en la 44º sesión del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco desde China y aplaudida desde el Museo del Prado, 'cuartel de operaciones' de la candidatura española, después de un retraso de más de dos horas y media con respecto al calendario fijado. La capital lo consigue por primera vez con la candidatura 'Paisaje de la Luz', formada por el paseo del Prado y el parque del Buen Retiro.

La Unesco premió el pasado domingo un paisaje que la mayoría de los madrileños recorre a ciegas, maldiciendo la manifestación, el atasco o la prisa, y que los turistas visitan casi sin ver, un paraje de fuentes, calles laterales, iglesias y rincones llenos de encanto, de estanques y esculturas inolvidable. A menudo así nos asalta la belleza, cuando otros nos la señalan y se detienen ante aquello que nosotros hemos olvidado contemplar.

Cobra su mayor sentido en el Parque del Buen Retiro, uno de los parques peor entendidos y sin embargo más vivos, más populares de España

El llamado 'Paisaje de la Luz' arranca con el Paseo del Prado, que nace, o muere, según se mire, en la glorieta de Atocha, y atraviesa de norte a sur esta ciudad caótica, cambiante y magnética, que se cree siempre fea, pero graciosa y a la que le es imposible mirarse al espejo sin soltar alguna gracia o alguna bravata. Continúa en el Jardín Botánico, donde los cactus crecen junto a las plantas carnívoras y a unas camelias que sobreviven al calor de la meseta, se baña en dos fuentes que presencian los triunfos deportivos y los gritos de protesta de quienes toman las calles para mostrarse ante el Congreso, serpentea hacia los Jerónimos, y cobra su mayor sentido en el Parque del Buen Retiro, uno de los parques peor entendidos y sin embargo más vivos, más populares de España. Deja a un lado y a otros museos, desde el Naval al Thyssen, y vertebra una ciudad que ya intuyó así Carlos III, y que en esa zona nació con visos italianos para convertirse en indudablemente castiza.

La luz marca también un sendero de dioses y de mitos: cuando lo descubrí fue como si uno de los secretos de la ciudad se me revelara, uno que se encontraba escondido a plena vista

La luz marca también un sendero de dioses y de mitos: cuando lo descubrí fue como si uno de los secretos de la ciudad se me revelara, uno que se encontraba escondido a plena vista, a la espera que alguien atara los cabos. Dos veces al año paseo por esa ruta del Madrid Mitológico con algunos de mis lectores, y seguimos ese sendero que acaba con la severa Atenea del Círculo de Bellas Artes y la Victoria en el inicio de Gran Vía en conversación directa con la señora Cibeles. Pero, en lugar de girar hacia ese cruce, el Paisaje de la Luz nos lleva hacia el Retiro, donde ruinas del siglo XI, Palacios de Cristal y un Ángel Caído supervisan las firmas de los escritores en las casetas de la Feria, o a los deportistas que salen al sol y al frío, o a los niños que persiguen a los pacientes pavos de los Jardines de Cecilio Rodríguez.

Ya no hay animales en la Casa de Fieras, pero sí una Biblioteca. El Monasterio de San Jerónimo el Real, a donde entraban príncipes y salían proclamados reyes, comparte con el Museo del Prado un espacio trazado por Moneo y Cristina Iglesias, y, en fin, no hay venganza más dulce para el arte y la historia sobre el turismo voraz, de alcohol y bajo precio, que este nombramiento de Patrimonio de la Humanidad: no se logró en un día este paisaje, ni en un día puede disfrutarse. Se cuela en cada vida, incide en el corazón de la ciudad, aspira a convertirse en su esencia. Quién sabe, así nos asalta a veces la belleza, cuando la señalan otros, cuando vemos al extraño detenido ante algo que se nos había olvidado tan siquiera mirar. 

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