Cataluña no es el Ulster

Murales a favor del Ejército Republicano Irlandés (IRA) en la calle Divis Street, en Belfast (Ulster).
Murales a favor del Ejército Republicano Irlandés (IRA) en la calle Divis Street, en Belfast (Ulster).
P. SEGARRA
Murales a favor del Ejército Republicano Irlandés (IRA) en la calle Divis Street, en Belfast (Ulster).

Es una tienda canija pegada a un restaurante chino muy cutre al que no parece ir nadie. Está situada en la avenida que perimetra el barrio católico de Belfast, una vía cargada de simbolismo por los enfrentamientos callejeros de antaño de los independentistas irlandeses con la Policía y el Ejército británico. En el escaparate anuncia ofertas de refrescos, galletas y alguna otra cosa que no llamaría mucho la atención de no ser porque lo adorna con una estelada catalana que a todas luces no viene a cuento, como tampoco encaja en el contexto el rótulo que reza “Visca Cataluña lliure”. Tal vez al inmigrante soberanista, al que supongo tras esa puesta en escena, le parezca un gran acierto relacionar el conflicto del Ulster con el de Cataluña, pero, al margen de no haber ningún paralelismo histórico, ideológico ni tan siquiera social, serán pocos los catalanes a los que pueda seducir la idea de 'ulsterizar' su desafío al estado español.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que se firmó la paz y a Irlanda del Norte aún se le hace bola digerir aquel horror inmenso que vivieron unos y otros por no poner a tiempo empeño en entenderse como hubieron de hacerlo cuando ya estaban exhaustos de tanto dolor y tanta sangre.

De aquel pasado violento y convulso dan buena cuenta los murales y la cartelería que jalonan esa avenida en la que se homenajea a los caídos o encarcelados por la causa republicana. Expresiones que muestran el interés por mantener vivo el recuerdo de sus héroes y que, sin embargo, no parecen contrariar el deseo prácticamente unánime de pasar página y nunca volver a los tiros, las bombas, ni a los cócteles molotov o los botes de humo.

A día de hoy, católicos y protestantes, unionistas y republicanos comparten una misma preocupación desde que Boris Johnson y los partidarios del brexit lograron sacar al Reino Unido de la Unión Europea. Ni los más talibanes querían la frontera entre las dos Irlandas, unas líneas que cruzan con naturalidad cada día miles de irlandeses en ambos sentidos y que el viajero despistado ni siquiera advierte en que momento traspasa. Por no convencer, ni siquiera convence la frontera en el mar, esa solución ortopédica que Londres y Bruselas acordaron para gestionar los movimientos de mercancías entre Europa y el Reino Unido manteniendo la libre circulación entre las dos Irlandas.

El del Ulster se ha revelado como el mayor de los problemas que plantea al Reino Unido su salida de la UE. Un problema en el que no debieron pensar los partidarios del brexit y para el que tampoco tenían previsto solución alguna. Otro tanto ocurre con Escocia que votó a favor de seguir en el Reino Unido para permanecer en Europa y ahora, según las encuestas, votaría masivamente a favor de la independencia para volver a la UE.

Ni el paisaje ni el paisanaje apenas distingue a la Irlanda del Norte de la del Sur. Un país de acantilados bravíos y bellísimas costas con una campiña exuberante de un verde rabioso. A un paladar mínimamente exigente le cuesta entender cómo teniendo a su cabaña ganadera nutrida con semejantes pastos y tanto fruto del mar al alcance de la mano pueda ser tan limitada su gastronomía. La obesidad es casi un deporte nacional y está claro que no toda la culpa la tiene su densa cerveza.

Ni siquiera en eso se parece Irlanda a Cataluña, por mucho que aquel tendero de Belfast quiera forzar la relación como ha hecho el propio Oriol Junqueras estos días. El soberanismo catalán quiere levantar fronteras y los republicanos irlandeses eliminarlas. Basta con pensar un poco para concluir que cualquier parecido entre ambas causas es pura coincidencia. Espero que al tendero le funcione mejor el negocio que la cabeza.

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