Fernando Baeta Subdirector del área editorial de Medios de Henneo
OPINIÓN

Afganistán

Una integrante del cuerpo de la Marina estadounidense acompaña a dos niñas para evacuarlas en el aeropuerto de Kabul.
Una integrante del cuerpo de la Marina estadounidense acompaña a dos niñas para evacuarlas en el aeropuerto de Kabul.
Samuel Ruiz / US Marine Corps via DVIDS / HANDOUT Released
Una integrante del cuerpo de la Marina estadounidense acompaña a dos niñas para evacuarlas en el aeropuerto de Kabul.

Cada vez que estos días oigo hablar de este país asiático me viene a la memoria El hombre que pudo reinar, de Rudyard Kipling, libro que narra la historia de dos suboficiales británicos en la India colonial, Dravot y Carnehan, que se convierten en reyes de Kafiristán, una zona remota al nordeste de Afganistán

También pienso en Los muchachos de zinc, de Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura como el británico, que da voz a los soldados soviéticos que sobrevivieron al infierno afgano, y pocas veces la palabra infierno tiene un sentido tan exacto.

Y recuerdo con emoción a Julio Fuentes, reportero irrepetible, asesinado en noviembre de 2001 en la carretera de Jalalabad a Kabul cuando cubría como enviado de El Mundo el inicio de lo que ahora ha concluido de esta manera. Y me viene también el nombre de Mónica Bernabé, periodista imprescindible para saber de qué estamos hablando cuando hablamos de Afganistán y que durante ocho años se escabulló dentro de un burka para contar, también a través de las páginas de El Mundo, cómo era la vida en ese infierno de Alexiévich que nunca ha dejado de serlo. Y sí, también están ahí los 102 militares españoles que cayeron no se sabe muy bien por qué, deben pensar hoy sus familiares.

Pienso en todo ello. No pierdo el tiempo con el fracaso de occidente, la endeblez de Biden, el colonialismo caducado, la geopolítica de la zona, el mercado del gas-opio-litio, el terrorismo internacional, el futuro que viene, el marketing de Sánchez o la oposición garbancera de Casado

No, me quedo con que la historia siempre se repite y no aprendemos, y si no relean a Kipling; y con que el periodismo de Alexiévich, Fuentes y Bernabé, necesario y clarividente como pocas veces, nos ha ido dando claves que no hemos sabido o querido ver para comprender por qué Afganistán no es que se haya vuelto del revés ahora, sino que siempre ha estado boca abajo.

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