OPINIÓN

Seguir siendo del Barça

La grada del Camp Nou, plagada de aficionados alemanes.
La grada del Camp Nou, plagada de aficionados alemanes.
EFE
La grada del Camp Nou, plagada de aficionados alemanes.

¡Chaval, nos han fotut! Mi abuelo apagaba la tele con resignación, me miraba y me decía esa frase que yo no entendía mucho. Nos íbamos a dormir y olvidábamos el desastre. Heredé de mi abuelo unas cuantas cosas buenas, entre ellas, ser muy del Barça. Aquí sigo, con achaques y algunas crisis de identidad, autocrítico e independiente, pero siempre al pie del cañón.

La llegada de Cruyff me hizo reafirmarme. Estaba en el buen camino. La belleza del juego, la participación de todo el equipo, aquellas ideas con frases revolucionarias y, por qué no decirlo, una cierta excentricidad genial con la posibilidad de palmar y caer con todo el equipo, con la teórica y la práctica, como una lección de vida. La cola de vaca de Romario fue mi confirmación en esta creencia. Todavía la intento en mis pachangas. A veces me sale.

El Barcelona era la alternativa a lo fácil, era el camino complicado que eligen los artistas, los diferentes y los iluminados. Era dejar la opción sencilla en la que todo es blanco y la realidad se orquesta para que se cumpla una determinada narración. No me gustaba esa inercia, en la que una presunta divinidad ocupa la presidencia y lo compra todo, incluida la voluntad y la dignidad de la afición. No me gustaba el derecho de pernada sobre los jugadores, ni el monopolio en las noticias antes de D'artacan.

"Si se ponen política y fútbol al mismo nivel, uno de los dos es mentira"

Mi afición no me convierte en un fanático, un ciego o un idiota. Seguir siendo del Barcelona desde fuera de Cataluña es cada vez más complicado. He visto ya muchos compañeros caídos en acto de servicio. El club, esto no es nuevo, ha hecho lo peor que puede hacer una entidad cuyos aficionados se mueven en el reino de lo subjetivo: venderse a la política. El fútbol está en otro plano, es el mundo de las emociones, de lo intrascendente y pasajero, de una irrealidad consciente que nos permite rivalizar a muerte con hermanos y amigos sin que pase absolutamente nada. Si se ponen política y fútbol al mismo nivel, uno de los dos es mentira. Así de sencillo.

Por eso no me voy, no pienso irme. Seguiré hasta el final, aunque me quede solo. Pertenezco a una página de Facebook maravillosa que se llama “Soy culé y español” en la que nos contamos las penas un buen grupo de personas. Somos muchos y cada día somos más. Hay estimaciones de que el Barça tiene 340 millones de seguidores por todo el mundo. Sin embargo, las últimas directivas se empeñan en hacer un equipo para poco más de tres millones de catalanes. Esta obsesión por empequeñecer una entidad que trasciende la política es el mayor error del club en los últimos años y va contra su identidad y su historia. Que nadie nos mienta. Por eso no me voy, no me da la gana. El Barça es tan mío como suyo.

Venderse suele ser el camino más corto. Mentir como un político o ser un político en el fútbol es también peligroso. El presidente actual abrazaba a un maniquí con la camiseta de Messi y después lo despide con explicaciones turbias. El pasado jueves, el club y una parte de los socios se vendieron también y consiguieron hacer un ridículo histórico al llenar el Camp Nou de alemanes vestidos, para más inri, de blanco. Qué vergüenza. Cómo nos gusta el dinero. La culpa es de los que han vendido el abono, pero no solo de ellos, también de los que mandan, que han propiciado esta desmotivación y no lo han visto venir. Habrá que dar explicaciones porque se ha hecho el ridículo de un modo absoluto. Ya no me creo nada. Apago la tele, miro a mi hijo, culé heroico, el único de su clase, y le digo “chaval, nos han fotut” y en esa frase hay una herencia, un mundo de belleza y contradicción que algún día entenderá.

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