Algunos psicólogos sostienen que uno de los efectos colaterales del confinamiento provocado por la Covid es una reacción emocional defensiva denominada ‘Síndrome de la cabaña’. Entre sus múltiples síntomas estarían el temor a salir a la calle, la inquietud por la vuelta al trabajo presencial o el miedo a interactuar con terceras personas. Nada grave, todo pasajero según los entendidos. Pero de efectos colaterales los hay de mil colores.

La vuelta a la normalidad ha desatado entre el personal la pasión por los viajes, la gastronomía y el uso lúdico del espacio público. El ‘terraceo’ se impone, se ha vuelto adictivo para muchos ciudadanos. Las terrazas dan vida a calles y plazas. Nos hemos convertido en terracistas. Cuesta imaginar una ciudad mediterránea sin veladores, parasoles y sillas. 

"Las terrazas dan vida a calles y plazas. Nos hemos convertido en terracistas". 

Las terrazas de antaño fueron testigos de negocios, declaraciones de amor y trapicheo. Hoy, además, se han convertido en válvulas de descompresión social desde las que contemplar la vida. No en vano, inspirados en la belleza de la ‘menina que passa’, Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobin compusieron La chica de Ipanema.

Pero la polémica ya está a la vuelta de la esquina. Las terrazas van a menguar. Muchas asociaciones de vecinos exigen el fin de las licencias excepcionales concedidas en tiempos de pandemia. Los restauradores defienden sus intereses, discuten sobre las tasas e intentan amortizar perdidas. De acuerdo, pero sepan que ya somos ‘terracistas’ empedernidos.