Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Nostalgia del beso

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Si la nueva normalidad es que, en aras de la prevención, me hurten besos, bienvenida entonces la tristeza. Porque el beso ha sido y será la gramática parda del afecto, el lenguaje cooficial del ser humano que no se reconoce en ninguna Constitución ni se debate en el Congreso de los Diputados. Los besos son la semiótica del sentimiento. Del primer beso pulcro apenas hay recuerdo, pero del primer beso carnal, hasta la raíz del último nervio del cuerpo todavía se acuerda. En cambio, no sabemos nunca cuál será nuestro último beso, y muchos han sido en los dos últimos años, los que arrastrados por la escoria del virus, se han ido sin el calor tibio y húmedo del beso final. Ni siquiera pudimos besar a los muertos.

"Si la nueva normalidad es que, en aras de la prevención, me hurten besos, bienvenida entonces la tristeza"

Hay besos de madre, besos de amigo, besos de amante y hasta besos de impostor. Por eso, hay besos de buena educación, de urbanidad prepandémica, besos litúrgicos cuando se besa el cuerpo de Cristo, como también hay besos de vampiros y besos de Judas: “Al que yo besare, ese es; prendedle y llevadle con seguridad” (Marcos, 14, 44). Es el beso de la muerte, el mismo beso que hizo suyo la Mafia, cuyos sicarios administran el rito funesto de besar a quien ha sido fatalmente condenado.

Y por supuesto, la técnica nauseabunda y patética de los especialistas en “besar el culo”, expresión utilizada por primera vez por Denis Diderot en su obra “El sobrino de Rameau” para describir con exactitud a los parásitos, que en la actualidad son legión. De hecho, las brujas, mientras celebraban sus misas negras, besaban promiscuamente las nalgas del diablo en señal de sumisión. Entre brujos y brujas sigue andando el juego.

"Hay besos de madre, besos de amigo, besos de amante y hasta besos de impostor"

Evitar besarse es una penitencia higiénica en los tiempos modernos del cólera chino. No en vano, los chinos, que siempre han visto con repulsión el intercambio bucal entre dos personas, llegaron a plantearse, como buenos comunistas, prohibir esa cosa tan vulgar llamada beso. Por eso, y por otras razones profilácticas, los sellos de correos chinos no tienen goma arábiga en la cara posterior, con el fin de que no se utilice la lengua para humedecerlos. Fue en Londres también en 1665 cuando se prohibió el beso a causa de la plaga de peste de la época.

Pues bien, necesito volver a movilizar los 30 músculos que activa el beso, mis 9 miligramos de agua, mis 0,18 de sustancias orgánicas, mis 0,7 de materias grasas, mis 0,45 de sal, evitando que gérmenes y bacterias venzan a la razón de ser de mis sentimientos. Hoy es Día de Reyes, y se lo pido a ellos. Pues hágase su voluntad, allá en oriente como en occidente, y que nos libren de una vez por todas del mal. Un beso a todos.

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