El juicio del 1-O será visto por la audiencia del mundo. Su retransmisión en abierto por streaming es algo único, muestra de la transparencia de la justicia española. Todos los ciudadanos podremos ser observadores. También lo serán los líderes de otros países y de las instituciones, e incluso Puigdemont y sus acompañantes.

No empieza bien el juicio, pues se oyen los tambores de una campaña de desprestigio, como la que se emprendió contra el Tribunal Constitucional, o la que se lleva haciendo muchos años contra España, supuesto Estado opresor de los derechos humanos. Es lo que se ha denominado el relato. Cuando se afirma que los que están en el banquillo lo están por sus ideas (serían presos políticos ante un juicio político), se insulta a la democracia y a la justicia española, que en los rankings objetivos internacionales sale muy bien situada.

Hay una oportunidad para comprobar si estamos ante una justicia debida. Pero eso exige alejarse de la propaganda (lo que es muy difícil) y seguir, con E. Kant, el camino de la paz a través del Derecho, de la confianza en la justicia como medio de arreglo de los conflictos. Debe hacerse un llamamiento a la concordia, a la confianza en el Derecho y al respeto al resultado del proceso.

Los independentistas de bien deben seguir el juicio y evaluar objetivamente si no quieren ser corresponsables de las tácticas de Goebbels, que llevaron a la sociedad alemana al suicidio colectivo por saltarse la Constitución de Weimar. También la prensa internacional y la opinión pública mundial, contaminada durante años por un gigantesco aparato de propaganda, deben ser conscientes de que pueden ser voceros de una insurrección contra una democracia tolerante, que no ha sabido cortar por lo sano una gangrena que se puede extender por toda Europa.