![Íñigo Errejón.](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/uploads/imagenes/2018/12/05/840002.jpg)
El 40 aniversario de la Constitución española llega en un momento convulso, con diferentes malestares que se entrecruzan, chocan y se retroalimentan. En este contexto, es comprensible que muchos vayan a sentir la tentación de vivir este 6 de diciembre mirando al pasado. Unos para mitificarlo y convertirlo en la solución a todos los problemas del presente, otros para demonizarlo y convertirlo en la causa de todos esos mismos problemas, y otros para establecer comparaciones o repetir fórmulas vacías o regañar a los españoles de hoy. Cuando parecemos atascados y el futuro es incierto, ponernos a discutir sobre el pasado no nos ayuda en nada como país.
Aunque el texto constitucional de 1978 sigue formalmente vigente, el acuerdo de convivencia que en torno a él se tejió hoy está desgarrado. El contrato social en España está roto. La institucionalidad, las normas iguales para todos y las certezas han sido sustituidas por la arbitrariedad, los privilegios y la precariedad y la ansiedad a la hora de mirar al futuro.
En nuestro sistema político han ido debilitándose los mecanismos y valores democráticos mientras han ido creciendo los rasgos oligárquicos. La galopante desigualdad concentra cada vez más riqueza en menos manos al mismo tiempo que dificulta a millones de familias levantar un proyecto de vida lastrando así nuestra economía; la corrupción es un ácido corrosivo de la separación de poderes, pero también de la confianza y autoestima social; la ausencia de un proyecto nacional nos hace no tener estrategia de país para gobernar los retos y oportunidades de la economía digital y la robotización, de la necesaria reforma de la UE o de la inaplazable transición ecológica. Digámoslo claro: el orden de 1978 ha sido sustituido por el desorden del sálvese quien pueda y la ley del más fuerte. Por eso la reconstrucción del orden social y constitucional no podrá ser obra de un partido sino de la unión de las mayorías que han soportado y soportan los durísimos costes de la crisis y las políticas injustas.
La tarea que tiene ante sí la España de hoy, y en primer lugar mi generación, no es girar los gobiernos a la izquierda o a la derecha. Es una mucho más profunda e importante: reconstruir nuestra sociedad. Una agenda de transformaciones para rehacer, actualizar y blindar los derechos y las certezas para que la gente pueda tener vidas lo más libres posibles del capricho de otros, de la pobreza, de la precariedad. Esa es la seguridad y el orgullo de pertenencia compartida de la que está hecha la capacidad de los pueblos de restablecer la empatía y mirar juntos al futuro.
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