¿Buscas piso? ¿Alquilas o compras? Aunque tu única opción sea la primera, debes saber que la existencia de una vivienda digna a precio asequible es una auténtica leyenda urbana: algo de lo que se habla, pero que nadie ha visto. Tanto es así, que hasta los líderes de Podemos han tenido que quebrantar sus firmes principios y huir al campo para evitar pagar uno de esos alquileres prohibitivos…

Hace años, cuando todos éramos ricos –tú también, aunque no lo sabías–, presumíamos de que los pisos estuviesen por las nubes: toda nuestra economía se basaba en el ladrillo y no podía crecer si los regalábamos. Como somos mediterráneos, nos gusta echar raíces (había una cosa llamada "contrato fijo" que ayudaba a conseguirlo) y, por eso, lo del alquiler era algo muy de pobres. O de modernos.

Después, llegó la crisis y, por las malas, empezamos a parecernos a Europa: menos hipotecas (¿quién podía permitírsela en plena recesión?) y más alquileres. Pero vino la recuperación. Y Airbnb. Y los pisos turísticos -esos que en un verano recaudan tanto como los otros en un año- se convirtieron en una mina. Hoy, bancos y fondos de inversión los compran a tocateja, como cuando los billetes de 500 nacían bajo los colchones.

¿Resultado? Tras 38 meses de aumento continuo (un 6,2% en abril), sus precios han subido doce veces más que los sueldos. Por eso, encontrar un piso a tu alcance es una lotería, un premio de los que vienen bajo la tapa de los yogures. O eso dicen, porque en las mías siempre pone "sigue buscando".