Habrá quien mire a Hierro, otros a Sergio Ramos o a De Gea, pero con la salida de Lopetegui se rompió un equipo, un proyecto, un Mundial y quién sabe si un sueño. No hay más que leer lo que han dicho esta semana Carvajal, Jordi Alba y Saúl Ñíguez para entenderlo todo. Clasificarse de esta manera, aunque sea primeros, en un grupo con Irán y Marruecos es una decepción mayúscula.
Las sensaciones son malas. A España le meten casi todo lo que le tiran. La Selección ha perdido la presión tras pérdida y su defensa, otrora considerada de las mejores del mundo, es ahora de celofán. El grosero error de entendimiento entre Sergio Ramos e Iniesta en el primer gol no es nada comparado con el saque de banda concedido y que permitió a Boutaib colocarse por segunda vez solísimo delante de David de Gea. Por no hablar del tirazo de Amrabat. A balón parado, otro desastre.
A falta de alicientes clasificatorios, Marruecos se tomó el partido como un juego de patriotas, una cuestión de orgullo, con taco afilado, nervios a flor de piel y por pelear cada pulgada como si fuera la última. Iniesta, más vigente que nunca, e Isco se echaron el equipo a la espalda, tiraron de repertorio e hicieron simplemente digerible otra actuación más que preocupante de todo el equipo. Aspas, siempre al rescate. A Luis Rubiales, tan empeñado en salir en todas las fotos, conviene ponerle el primero en la de esta España: la casa de papel.
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