ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Chumy Chúmez en la Biblioteca Nacional

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Marcel Wong-González, único hijo del humorista Chumy Chúmez, ha legado a la Biblioteca Nacional de España unos 4.000 documentos heredados de su padre, fallecido en 2003. Buena parte de ellos son los originales de los chistes gráficos que se publicaron en revistas y periódicos.

Esta noticia me ha hecho recordar cuánto le debo a Chumy Chúmez. Conocí sus dibujos en los años noventa, en mis tiempos universitarios. Fue en las páginas del Diario 16, y en algún rincón de la casa de mis padres debo de tener un archivador repleto con sus chistes recortados (quizá junto a una pila del suplemento Culturas de ese mismo diario, con el que tanto aprendí: ojalá supiera yo, ahora que tengo el privilegio de escribir en la prensa, aportar a mis lectores un poco de la sabiduría que encontré en los periódicos de mi juventud).

Los dibujos de Chumy Chúmez poseían tal intención en su mensaje que valían por un editorial político, pero, además, destacaban por su valor plástico y por ser siempre originales y simpáticos. El autor afirmaba que su mayor propósito era resultar gracioso: sus dibujos tenían que funcionar como chistes y lo demás era secundario.

Chumy Chúmez nació en 1927 y, por tanto, su juventud transcurrió en la España de la posguerra. La prensa seria de entonces, haciendo honor al adjetivo, había desterrado el humor crítico de sus páginas, en las que ni siquiera se permitían las caricaturas. Por su parte, las publicaciones satíricas habían desaparecido. Los dibujantes republicanos estaban escondidos, encarcelados, exiliados o muertos. La revista La Codorniz, fundada en 1941 por Miguel Mihura, resucitó la llama del humor en aquellos momentos tenebrosos.

En su San Sebastián natal, el joven José María González Castrillo (futuro Chumy Chúmez) parecía destinado a ser profesor de Derecho Mercantil, pues su padre veía con malos ojos su vocación artística. El muchacho leía La Codorniz, imitaba a sus dibujantes (Herreros, Tono, el propio Mihura) y siendo un veinteañero se atrevió a enviar unos dibujos propios a la revista, que en aquellas fechas ya dirigía Álvaro de Laiglesia. Para su sorpresa, le llegó una respuesta que decía: "He recibido sus dibujos, en los que he visto, pese a las reminiscencias que usted sabe, una posibilidad que, si se traduce en asuntos originales, puede dar lugar a una colaboración de cierta regularidad". Chumy Chúmez no sabía a qué se refería De Laiglesia con eso de las "reminiscencias", pero sus chistes se publicaron en La Codorniz desde finales de los cuarenta hasta 1972 (fecha en la que Chúmez fundó la revista Hermano Lobo). El humorista enmarcó esa carta que le cambió la vida y la tuvo siempre expuesta en su casa.

Debían de llamar mucho la atención los dibujos de Chumy Chúmez en aquella España del franquismo. Frente a la propaganda del régimen, cuyo tono era siempre triunfal y heroico, nuestro dibujante empezó a publicar viñetas de estilo variadísimo (a veces parecían grabados goyescos o expresionistas, otras dibujos encantadores de líneas claras) en las que mostraba un mundo esperpéntico de moribundos, ricachones con chistera, burgueses, tullidos, esqueletos parlanchines, prostitutas, aviones bombarderos, tumbas, labriegos con burro y pobres de solemnidad. Chúmez parecía el heredero de la España literaria y plástica de Valle-Inclán o de Gutiérrez-Solana. El suyo era un humor negro (en realidad, de todos los colores, pero abundaba lo oscuro), casticísimo y a la vez muy moderno, que bebía tanto de Gómez de la Serna como de Freud. Muchas de sus viñetas políticas y sociales siguen vigentes, como aquella que dice: "En esta España de hoy todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que solo voy a lo mío".

En casi todos los dibujos, a modo de rúbrica, aparece un sol radiante que a mí me recuerda al que pintan los niños en sus láminas. Algo de niño travieso tenía Chumy Chúmez, cuyo sol sigue iluminando lo mejor del humorismo gráfico actual.

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