Eran los todopoderosos. Había que seducir a aquellos que programaban las canciones que sonaban en la tele y en la radio. O directamente había que comprar sus decisiones con agasajos, pues eran los dioses que podían convertir un estribillo en un himno. Aunque fuera sólo a golpe de repetirlo y repetirlo en emisión. Diridarará.
Las discográficas utilizaban sus artes para camelar a los que elegían las actuaciones musicales de la tele. Pero todo cambió cuando Ricardo Campoy abandonó Max Music y fundó Vale Music. Un documental ahora cuenta aquella revolución, pero merece un extra del DVD profundizar cómo este empresario entendió el show televisivo para que sus canciones de usar y tirar se transformaran en eterna banda sonora de nuestra vida.
Con el efecto 2000, la modernización a poquitos de los móviles y el nacimiento de los politonos que zumbaban en los Nokias y que nos hacían sentir que el futuro había llegado, aunque sonara a hojalata, Vale Music fue perspicaz entendiendo que ya no bastaba con un playback de promoción en un programa musical o magacín al uso. Eso no tiraba como antes. Necesitaban introducir orgánicamente sus productos en un nuevo género televisivo que empezaba la conquista completa de cada territorio de los medios de comunicación: el reality show.
Hoy, todo es reality. Pero la mutación empezó por el lado canalla del late night con Crónicas Marcianas. Vale Music ni requería que entrevistaran a sus artistas. Fue más hábil logrando que sus canciones fueran parte de la travesura del espectáculo. Mientras debatían del cotilleo nacional, cada noche Javier Sardá subrayaba un punto álgido de la tertulia con "...esto es una "¡bomba!". Y sonaba King África. Y contertulios, invitados y público se levantaban a bailarlo... El show remarcaba su personalidad y, a la vez, rompía con la monotonía con un anuncio que no parecía un anuncio. Esta publicidad era un gag más de la fiesta, listo para que no nos pudiéramos quitar de la cabeza a King África. Un movimiento muy sexy. Un movimiento muy sexy. Y aquí viene el africano con el baile que es una...
Ya estaba el hit del verano hecho. Todavía no hemos superado aquella Bomba. Era la tele que veíamos juntos, al unísono, en congregación. Después, con el alunizaje de Gran Hermano, nació otra oportunidad que cazó al vuelo Vale Music: hacerse con la música que sonaba en la casa. A los concursantes se les despertaba cada día con una canción. No era casual, claro. Era un negocio promocional. Cuando llega el calor, los chicos se enamoran... Yo Quiero bailar toda la noche. Baila baila bailando ba. Sonia y Selena se transformaban en un one hit wonder con un tema compuesto en cinco minutos, como mucho. Ahí continúa, resonando en el imaginario colectivo. Hasta protagonizar el chimpún final de Cuéntame cómo pasó, que empezó con Eurovisión y terminó con otro éxito también cuajado por la fuerza del electrodoméstico de masas.
Sin complejos, Vale Music entendió la máquina de dinero que era la televisión antes de la popularización de las redes sociales y bailes tiktokeros, que han cogido el testigo en la machacona destreza de colocar la música en nuestro recuerdo. Así la compañía de Ricardo Campoy se lanzó a la tele-realidad sin piedad. Llegó OT y, claro, comprendió que debía producir el disco semanal de las galas. Algunos lo vieron como un riesgo -¿en serio, cada semana?-, pero fue una irrepetible gallina de los huevos de oro que agitó la industria discográfica. Fue una boooomba. Todo el mundo una mano en la cabeza. Una mano en la cabeza. Un movimiento sexy. Un movimiento sexy.
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