"-Os acordáis la cantidad de horas muertas que hemos pasado aquí, en el banco. -Pero qué dices del banco, si este banco no estaba aquí cuando éramos pequeños". En la última escena de Cuéntame cómo pasó, Josete, Luis y Carlos se reencuentran en San Genaro. En el banco de siempre. O eso creyó Josete. Aunque nunca antes estuviera ahí. Pero lo parecía. De hecho, costó quitarle de su cabeza la idea de haber pasado su infancia encima de tal mobiliario público. 

Porque los lugares los hacen las personas. Los lugares que se quedan en nuestra memoria son las gentes que los dieron vida. Puede seguir un banco impertérrito cuarenta años después, que no será el mismo sin quienes lo compartiste. 

En cambio, ese banco jamás estuvo en el barrio, pero parecía que llevaba allí décadas porque, de nuevo, estaban juntos Josete, Luis y Carlos. Los niños que hicieron que tantos otros niños empatizaran con la historia que hablaba de la vida de sus abuelos. O incluso bisabuelos. 

Aunque, al final, Cuéntame cómo pasó ha representado las emociones compartidas. Las emociones que podemos tocar a diario aunque no se puedan ver. Las emociones que conectan la ficción y la realidad. Las emociones que aprenden de su pasado para improvisar mejor aquello que vendrá. 

Adiós a 'Cuéntame cómo pasó', que el final te pille de verbena

Da igual el banco que parecía estar pero nunca estuvo. La complicidad que perdura es ver a Josete, Luis y Carlitos sonriéndose, picándose, recordándose. Como nosotros desde casa, que también estábamos mirando a nuestro alrededor y sintiendo las compañías y las ausencias,  con quién vimos Cuéntame y con quién ya no podemos ver Cuéntame. Los años pasan, los entornos físicos cambian, pero nuestras vidas siempre son fruto de las personas que nos acompañan, las personas con las que crecemos, las personas que hasta transforman fríos asientos callejeros en sentimientos que querríamos que siempre estuvieran ahí.

El miedo que perdió Herminia (que nos delata a todos como sociedad)