La prensa no se hundió con la llegada de la radio. La radio no se apagó con el nacimiento de la televisión. Pero el ecosistema digital ha engullido a la prensa, a la radio y a la televisión. A veces, los límites que distinguen la naturaleza de cada medio de comunicación se solapan. La radio necesita hacer tele para ser 'retuiteada' y más 'visible', mientras que la tele ha sentido que ejercer la radio en colores es un atajo rápido y barato para llenar horas y horas retransmitiendo con celeridad la actualidad, con los problemas que esa velocidad conlleva.
Debatimos todo, todo el rato. También en la antesala de las elecciones, claro. España ha pasado de contar con escasa tradición en debates electorales a manejar con soltura los códigos de la confrontación de ideas en plena campaña política.
Pero, ahora, los medios de comunicación sufrimos una dificultad añadida: cómo atraer el interés del público ante la previsibilidad que provoca la homogeneización de la tertulia constante que vivimos. En este sentido, RTVE ha dado una lección en su debate a nueve de las elecciones europeas del 9 de junio.
El debate ya venía precedido de otras citas similares en otros medios. Como consecuencia, el primer acierto de la cadena pública ha sido contextualizarse a sí misma. Y remarcar aquello que la hace única. De esta forma, RTVE ha mostrado con una espectacular imagen aérea los platós de su sede en Prado del Rey. Con su 'campus' verde, junto a los estudios 4, 5 y 6. Esa solemnidad de enseñar, a golpe de dron, la extensión de la ciudad televisiva más veterana da un empaque especial a los prolegómenos y fomenta en el ojo del espectador la sensación de asistir a un acontecimiento relevante. El público no está ante un debate más, está frente a una cita de calado oficial. RTVE enseña su potencial, a la vez que los políticos aparecen en las instalaciones.
Tras enmarcar la iconografía del epicentro de la noticia, el espectador ya no asiste a la emisión como otro programa de televisión más. Ahí viene otra fortaleza del especial: la escenografía en el interior del estudio 5 de Prado del Rey tampoco se queda sólo en la pantalla de led detrás de los líderes políticos. Casi todos los últimos debates electorales son de techo bajo y pantalla encajonada. Y ya está.
TVE, en cambio, huye de claustrofobias, opta por suelo de acogedora claridad luminosa y regresa al decorado clásico, que busca proyectar holgura y resalta su altura con ayuda de las liturgias televisivas de ayer y de siempre: una escenografía de dos plantas, que se hace más poderosa con el juego de haces de luz y la incorporación de manera orgánica de la realidad aumentada. Los efectos digitales no se utilizan para sorprender con alharacas y se añaden para dar más dinamismo útil a los elementos construidos. Por ejemplo, la etiqueta para comentar en redes sociales se aparece por obra y gracia de la realidad aumentada en una pantalla que sólo es un marco hueco de madera. El espectador casi ni diferencia cuál es el grafismo que se incorpora con la magia digital y qué está realmente en el estudio.
También la altura se potencia con un techo virtual que emula el parlamento europeo. Con la reproducción de las banderas de los países europeos dando color o con una pantalla dibujada en la que se puede ver simultáneamente el rostro en plano medio de cada uno de los políticos que están compartiendo sus mensajes.
Así se palia la sensación de tele-monotonía de otro debate más. Esta vez, además, en el que los políticos no son los más conocidos y los monólogos de frases largas con ideas cortas se repiten y repiten olvidando que los mensajes llegan mejor a través de la confrontación de ideas. Lo bueno de Xabier Fortes como moderador es que explica con naturalidad hasta esta debilidad del propio formato. Pero su papel es limitado, al final. Sólo lleva tiempos y reparte temas. Y el poder está en la imagen. De esta manera, el debate ha crecido por su habilidad para escuchar lo que ha sucedido en directo encontrando el equilibrio entre el plano general que permite coger aire y la expresividad de los planos de reacción. También hay que aplaudir la idea de adaptar la épica sintonía del programa a los reconocibles acordes de alegría del himno de Europa, Sinfonía n.º 9 de Beethoven. Qué importantes son estos detalles que representan la tele elaborada que encuentra autenticidad en tiempos de prisas que todo lo calcan.
Quizá el contenido del debate era demasiado fácil de pronosticar, pero la emisión ha demostrado que TVE vuelve a marcar agenda cuando el argumentario político va por detrás del cuidado de las narrativas de la tele de siempre. Esa que recuerda que la tele no va sólo de hablar, la tele sobre todo es el arte de filmar.
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