Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La diana fácil de atacar 'Eurovisión'

  • Aquellos que fardan de no seguir 'Eurovisión' dedican mucho tiempo de su vida a criticar 'Eurovisión'.
  • ​El disfrute de odiar. 
Nebulossa en Nueva York.
Nebulossa de promoción en Nueva York antes de ir a Eurovisión 2024.
20minutos
Nebulossa en Nueva York.

Aquellos que fardan de no seguir Eurovisión suelen ser los mismos que dedican mucho tiempo de su existencia a criticar Eurovisión. Incluso piden ciertas pulcritudes al eurofestival que no demandan a otros ámbitos. ¿Por qué les molesta tanto si supuestamente no va con ellos? Porque es un espectáculo en el que se han sentido reconocidas las minorías que representan la diversidad y que se quedaban fuera de los modelos que la sociedad definía como 'lo normal'.

Y hay un patrón que aún suele repetirse: a las minorías para ser aceptadas todavía se les pide un máximo nivel de ejemplaridad que no se solicita en otros campos. Véase los campos, de fútbol. Cuando la igualdad también se construye desde la imperfección. Y justamente el éxito internacional de Eurovisión está en que acogió la disrupción y eso le permitió sobrevivir actualizándose, consolidando un público estrechamente fiel. 

Eurovisión ha plasmado la evolución social desde su origen en aquella televisión en blanco y negro de 1956. Siempre abierto a la creatividad a través de la música, hasta cuando sólo había un pequeño escenario y un pie de micro atado a un cable. En aquella época en la que nos imponían cómo debíamos hablar, cómo debíamos gesticular, cómo debíamos vestir, incluso cómo debíamos sentir dependiendo de nuestro sexo, Eurovisión nos invitaba a imaginar otros mundos que también forman este. Lo lograba gracias a la fusión de la emoción de la música y la modernidad del ingenio televisivo.

No había grandes límites a las formas de actuar, vestir, bailar, interpretar, ser. Se podía hasta provocar en un escenario lleno de la alegría de las luces de colores. Y el colorista espectáculo de la provocación, a veces, era la única manera de ser visto en una sociedad educada en el miedo a dar la espalda a lo desconocido, instruida en el tabú de no mirar a lo distinto. O a lo que nos dijeron que era distinto que es bien diferente. 

Ahora occidente tiene referentes públicos de la diversidad. Pero todavía su visibilidad genera susceptibilidades cuando congrega grandes audiencias y deja de ser residual, cuando el gueto exótico se convierte en mainstream. Es el caso de Eurovisión, emisión no deportiva más vista del año. Y, claro, a este talent show de la UER se le puede pedir más que a cualquier competición deportiva, ya que es el festival asociado a los raros. Quizá porque necesitamos seguir juzgando y sentenciando a la diversidad para sentirnos por encima. 

Aunque, al final, las galas de Eurovisión sólo delatan qué raros somos todos, porque todos somos personas, separados y juntos, con nuestros errores, con nuestras ilusiones, con nuestras intensidades, con nuestras dudas, con nuestras reivindicaciones profundas, con nuestras excentricidades frívolas. La diferencia entre raros probablemente está en los que asisten al festival con los prejuicios que nos hacen rebaño y en los que esperan el show con la mirada amplia de la ilusión que acoge, que incluso disfruta con la sorpresa feliz de terminar entendiendo hasta aquello que nunca te dejaron comprender.

Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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