Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Eurovisión 2024': la lección de los 'eurofans' y el mensaje de Nemo Mettler

Nemo Mettler celebrando su victoria en 'Eurovisión 2024'
Nemo Mettler celebrando su victoria en 'Eurovisión 2024'
UER
Nemo Mettler celebrando su victoria en 'Eurovisión 2024'

En Eurovisión 2024 no hemos hablado lo suficiente de las canciones, no hemos comentado lo suficiente las escenografías, Eurovisión 2024 ya está en la historia como una decepción colectiva que nos enfrenta a una sociedad en donde parece que los derechos humanos no siempre son lo primero. El propio Eurovisión nació como juego de paz para conocernos, empatizar y descubrirnos después de una Segunda Guerra Mundial sustentada en el terror del supremacismo. ¿Dónde ha quedado todo esto? En el desencanto que ha vivido la audiencia eurofan esta semana, con una sucesión de conflictos, provocaciones y miedo a que los artistas se expresen en el Malmö Arena ante la controvertida participación de Israel.

Al final, este Eurovisión 2024 ha sido una máquina de Rayos X para detectar quiénes miran para otro lado. Ha delatado tanto. Incluso a los que se creen a salvo porque no dijeron nada. No hay que tener opinión de todo, por supuesto. Cerrar la boca puede ser hasta un síntoma de inteligencia. Pero hay mutismos que son tan expresivos, que nos dejan retratados y, a la vez, desmotivados. 

No ha sido el caso del país ganador, Suiza. Su representante Nemo Mettler ha alzado el trofeo reivindicando que el concurso "cumpla su promesa y continúe siendo de paz y de amor".

Así Eurovisión ha sido la primera gran competición en que su audiencia no quiere equidistancias en los desmanes bélicos y alza la voz aunque les silencien los micrófonos, pues el festival se sustenta en fans que en gran medida pertenecen a personas históricamente discriminadas, como el colectivo LGTBI. Eurovisión era un refugio donde sentirse acogido. Da igual como vistieras, como gesticularas, como sintieras. Hay un público fiel del eurofesfival, a priori, que se desplaza siempre a la cita y es más sensible con los derechos humanos que en otros campeonatos multitudinarios. Tradicionalmente, los artistas de Eurovisión representaban un espejo donde poder imaginar otros mundos mejores que estaban en este. Lo que invita a determinados estados a intentar instrumentalizar el festival para exportar la imagen de ser democracias homologables a los derechos y sensibilidades alcanzadas por los países europeos.

El propio eslogan actual del festival es "Unidos por la música". Y es verdad, la música nos une. Lo ha hecho una vez más, incluso entre tal clima de indignación. El problema es que la dirección de este Eurovisión, abucheada en directo en el instante en el que apareció en imagen el productor Martin Österdahl, ha enseñado la patita de que los valores de Europa están perdiéndose en un mundo en el que se desvirtúa palabras esenciales. Hasta parecer que la "solidaridad" empieza y acaba en el ombligo de uno mismo. Pero la solidaridad es la antítesis de la actitud de sálvese quien pueda.

En la noche eurovisiva, durante los últimos 16 años hemos reflexionado en líneas como estas sobre creatividad, tendencias musicales, innovación tecnológica... Hoy, de nuevo, la televisión sueca ha demostrado una perfección visual colosal desde un escenario con su personalidad sustentada por los cubos de luces y pantallas, que caían del cielo, y la grandeza de una presentadora, Petra Mede, que relativiza el eurodrama con el aire de su comedia astuta. Falta hacía. Su sonrisa relajó la noche. 

Aunque, a la vez, el micrófono transparente que da forma el galardón de Eurovisión y que se rompió en el último minito del show también nos ha dejado intuir entre su metacrilato frágil la frialdad de un individualismo deshumanizador que asoma, donde el ciudadano se convierte en mero consumidor, donde se puede votar más por odio que por admiración, donde siempre hay víctimas de primera y de segunda, donde se ha bajado al tope el sonido de los artistas al acabar la actuación en ese instante en el que siempre se escuchaba a bien de volumen el "gracias". No fueran a decir algo reivindicativo, calladitos están más guapos. Qué pavor estamos cogiendo a las palabras improvisadas, curioso. Pero si Eurovisión es gritar, cantar, vibrar, dejarse ver, vivirlo intensamente.

La huída hacia delante de la abucheada organización de Eurovisión, intentando hacer como que no pasa nada para salir ilesa, incluso dejando solos a los que han mostrado algún pequeño gesto de sensibilidad fraternal con las víctimas de la masacre de inocentes en Gaza, sólo ha herido la credibilidad del evento como un espacio seguro a la concordia. La modernidad de Eurovisión se ha sentido más retro que nunca.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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