![Pablo Motos y las hormigas Trancas y Barrancas, en 'EL Hormiguero'.](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/uploads/imagenes/2024/05/29/pablo-motos-y-las-hormigas-trancas-y-barrancas-en-el-hormiguero.jpeg)
La risa de Trancas y Barrancas siempre fue una idea sublime. Dos marionetas de trapo servían de extraordinarios coprotagonistas para frenar cualquier silencio incómodo en El Hormiguero. Pablo Motos estaba menos solo en su espectáculo, pues contaba debajo de la mesa con dos achuchables peluches que hacen al programa más singular y, encima, le sirven como antagonistas útiles que maceran sus salidas de tono y desengrasan cuando el show se hace hueso.
Las jocosidades de Trancas y Barrancas redondean los comentarios de Motos, pero también de sus invitados. Las carcajadas rematan sus anécdotas y el ritmo del prime time crece. Incluso el propio visitante se suelta más todavía, ya que con la reacción de los dos muñecos siente que los chascarrillos están triunfando y son celebrados. Lo que inconscientemente anima a una mayor incontinencia verbal fruto de las sonrisas cómplices que nos validan. Nos pasa a todos.
Qué decisivos son los secundarios. Qué relevante fue inventarse dos perspicaces mascotas de programa infantil para enriquecer un talk show adulto diseñado para la familia al completo. El problema es que los años pasan y las dinámicas pueden ir automatizándose. Y quizá la risa mecanizada ya termina asaltando en cualquier amago de horror vacui.
Entonces, la sonrisa del muñeco de cómic puede hasta legitimar proclamas que no son para la hilaridad familiar. Como mucho, define los prejuicios que intentan separarnos sin retorno. También delata como el éxito y las avaricias de la influencia pueden ir despegándonos de los puntos de encuentros en donde empezó todo. Tanto, que podemos acabar poniendo al mismo nivel la sabiduría de una experiencia personal de un actor curtido que la improvisada opinión política de Tamara Falcó. Y qué risa más grande.
Pero las risotadas que provocan ciertos veredictos geopolíticos lanzados desde el atrevimiento de la ignorancia dejan en evidencia cómo la tele se va quedando desconectada de la realidad de su audiencia. No es de extrañar que las nuevas generaciones pasen del medio de comunicación más transversal. Quizá tiene algo que ver la manera en la que las cadenas se están encerrando en la hora del té de casas de muros altos -camuflados entre bellos arbustos- del Madrid de Puerta de Hierro, en vez de pasearse por la cotidianidad de los barrios que construyen los maravillosos matices de esta España llena de la riqueza de la diversidad. Barrios que no pueden ni necesitan camuflarse detrás de un seto.
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