Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El algoritmo que impulsa el odio

Luis 'Alvise' Pérez, líder de 'Se acabó la fiesta'.
Luis 'Alvise' Pérez, líder de 'Se acabó la fiesta', ha alcanzado la relevancia pública con su habilidad para visibilizarse en las redes sociales a través de la táctica de la irritación colectiva.
EFE
Luis 'Alvise' Pérez, líder de 'Se acabó la fiesta'.

El odio nos empieza a dominar. Dirán que no es nada nuevo, pero nunca antes la inquina se ha movido con tanta rapidez por el mundo a través de un invento en el que es fácil esquivar cualquier filtro ético: las redes sociales. Nadie nos ha enseñado a utilizarlas con la conciencia crítica que merecen. Tampoco a las nuevas generaciones en una educación que se queda en que hay que apagar el móvil antes de entrar a clase. Y ya está.

Mientras tanto, entre baile y baile de TikTok, el odio ha encontrado un altavoz sin igual para crear antagonistas fáciles y conspiraciones adictivas. Da igual que los mensajes sean absolutamente mentira, los asedios constantes de proclamas hooligans logran despertar ese regustillo de sentirse superior al resto si compras su discurso. Nos creemos más listos, nos creemos más avezados. Porque las redes sociales también juegan a alimentar nuestro ego, haciéndonos sentir influyentes, protagonistas, hasta autosuficientes. Así algunos se piensan ciudadanos de primera, que deben poseer más derechos que otros. Y lo verbalizan sin rubor. La libertad se confunde con hago lo que me da la gana y la mentira queda legitimada al grito de "es mi verdad".  Los valores sociales conquistados se devalúan despojando a las palabras de su esencia profunda e incluso forzando chivos expiatorios para dar sentido a revoluciones inexistentes. Tal deshumanización se ejerce despojando a ciertas personas de su nombre de pila y encasillándolas en un ente, colectivo, clan o lobby al que se le impregna de fines oscuros. 

El Nazismo lo empezó a hacer justo ahora cien años atrás, cuando para arrasar con el poder diseñaron artificialmente a sus enemigos. Primero cargaron el ambiente del estigma social. En las calles, en la publicidad, en las lonas, en los medios de comunicación. Después, terminaron enviándoles en masa a cámaras de gas. Las artes de la propaganda ya sabían que el odio agita a la sociedad. 

Lo que no imaginábamos un siglo después es que los algoritmos de las redes sociales premiaran la inquina de la desinformación. En efecto, el algoritmo prioriza los contenidos de 'última hora' que logran muchos likes, retuiteos y comentarios. Lo que provoca una situación perversa, pues nos fijamos más en lo que nos indigna que en lo que nos aporta. 

Es un hecho. En la Era de la Viralidad, la sociedad pintada a brochazos se expande con más fuerza. Una provocación coge vuelo rápido, mientras que los matices de la complejidad se atascan porque necesitan argumentación con tiempo para ser comprendida. Y si tienes ese tiempo y pretendes denunciar los dislates que te irritan, terminas promocionando la injusticia que quieres dejar en evidencia. Un laberinto sin salida: a más interacción, más se visibiliza el mensaje en cuestión. La calidad no importa si no genera debate encendido.

Con estas dinámicas, lo pernicioso se expande sin freno y deja KO a los medios de comunicación tradicionales. Los que debían contrastar la noticia, ahora llegan mucho más tarde que la desinformación viral.

Y cuando aparece la rectificación ya no hay nada que hacer. La enmienda no conseguirá los suficientes likes para llamar la atención del algoritmo y que este potencie el mensaje de la misma manera que propaga los prejuicios más encendidos, delirantes y sensacionalistas con los que el miedo toma la delantera. Y el odio gana, atrincherándonos en gallineros en donde buscamos relacionarnos sólo con aquellos que reafirman nuestras creencias. 

En tales corralitos, vamos dejando de ser ciudadanos críticos para reducirnos a usuarios convencidos. Usuarios bombardeados por un frentismo que, para seguir en el centro del debate, necesita poner encima de la agenda pública temas que ya ni siquiera lo estaban. La viralidad nos hace creer que hay ruidos más mayoritarios de lo que realmente son. Un espejo resquebrajado de la realidad que machaca nuestra atención. Cómo paliarlo. Quizá, para empezar, deberíamos aprender a cuestionar a los predicadores sabelotodo que señalan todo el rato con el dedo y que inundan nuestro móvil con frases largas de ideas cortas. Sería un comienzo: aprender a no dar trascendencia a lo intrascendente. O nosotros mismos convertiremos las patrañas del odio en verdad.

Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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