Vivimos la información en tan trepidante presente que la perspectiva salta por los aires. Y aportar perspectiva es una de las esencias del periodismo. O, de lo contrario, nos quedamos atrapados en el vacío de un ir y venir de titulares histriónicos que nos impiden comprender la complejidad de la realidad. Los buleros se aprovechan de ello.
La celeridad con la que devoramos los impactos audiovisuales ayuda a que se borren los contextos. En esta simplificación absoluta del presente, invita a una pasión efervescente que empuja a que todo parezca lo nunca visto antes. Todo nos deja atónitos, todo nos paraliza, todo nos irrita. Aunque ya se haya vivido antes en la historia y deberíamos haber aprendido de las herramientas que nos dejó de dónde venimos.
La memoria es capital en el periodismo. No la podemos relegar en la era en la que la actualidad la contamos casi en tiempo real. Es posible hacerlo, pero hay que alimentar la memoria, claro. De hecho, cada mañana en Telemadrid, María Rey consigue ese equilibrio entre programa en pletórico directo y el matiz que aporta el recuerdo.
La periodista ordena ideas con una claridad cómplice que es capaz hasta de subrayar la antigüedad de aquello que nos insisten que es una modernidad. Porque, a veces, muchas veces, lo novedoso es más retro de lo que pretende aparentar.
La clave está en que María Rey no se queda sólo en el titular de venta que transforma al ciudadano en mero consumidor. Su valor en un programa de actualidad como 120 minutos está en su capacidad de escuchar desde la curiosidad despierta que relativiza lo anecdótico y enmarca lo relevante. Incluso verbaliza cuando la complejidad impide tener un buen criterio rápido sobre el asunto que se está tratando. Eso es María Rey y de ahí que 120 minutos se haya convertido en un programa referente desde Telemadrid. Hay muchos formatos de información así, pero pocos cimentados en la serenidad que elige bien dónde mirar entre tantos mensajes listos para aturdir.
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