Somos producto de nuestras circunstancias. Somos más diferentes de lo que creemos, dependiendo de los contornos que nos rodean y nos construyen. También cuando eres periodista del corazón. De ahí que Marta Riesco no parezca la misma en Ni que fuéramos Shhh que en otras vidas profesionales previas. Estábamos acostumbrados a verla desde el discurso que mira a cámara intentando ser intensamente ideal para no defraudar expectativas de la fama con la que creció y ansió. Aunque así ya no sea la fama.
En cambio, en la secuela de Sálvame, Marta Riesco ha bajado a tierra y se ha convertido en revelación. Transmite estar pasándoselo aparentemente bien en aquella tele que tanto le gusta sin tener que aparentar ya nada. Quizá ha pertenecido siempre al universo de Sálvame. Y no lo sabía.
Es curioso recordar cómo criticaba cuando era perseguida por la comedia del desaparecido programa de Telecinco y, ahora, es ella quien ejerce el reporterismo asfáltico que brilla más desde la risa que desde el melodrama. La televisión no suele casar con los refranes que nos insistieron. Tampoco funciona jamás "de este agua no beberé".
Así hemos visto a Riesco recibiendo a La Roja, corriendo en un coche detrás de Terelu o conociendo a los vecinos de un bloque de pisos de Vallecas. Y nos quedamos mirándola. De vez en cuando salen ramalazos de aquella prensa de meter cizaña para encontrar el titular del día, pero sobresale más la mujer que está feliz sintiendo la adrenalina de la travesura en directo. Incluso dibuja tramas recurrentes, running gags, pretendiendo por ejemplo la conquista de la amistad de Belén Esteban. Casi lo tiene hecho.
Porque Marta Riesco se ha quitado muchos artificiales filtros de Instagram desde que está en Ni que fuéramos Shhh. No es otra, es la de siempre, pero en otro contexto que le está permitiendo habitar el lado que más le gusta de este oficio sin sentirse juzgada. Prioriza otras historias. A menudo, está bien empezar por ahí para que las expectativas ajenas no frustren las esperanzas propias.
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