Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Raffaella Carrà en Disney Plus: buscando el drama de su vida

La verdadera historia de Raffaella Carrà.
Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas
Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas
RAI
Raffaella Carrà en una de sus míticas (y coloristas) fotos de promoción de sus programas

Ya está en Disney Plus el documental de tres capítulos sobre Raffaella Carrà. Con sus icónicos vestidos colocados en calles de lugares de su vida. Esta vez, sólo movidos por el viento. La fuerza del proyecto está en como teje imágenes menos conocidas de Carrà en España. Sin embargo, tras ver los episodios, queda una especie de vacío. Cuesta reconocer a la Raffaella que hemos conocido.

Porque el documental está obsesionado con encontrar un conflicto que venda mejor la vida de Raffaella. Rasca en intentar agarrarse a un drama familiar con su padre, a la imposibilidad de tener hijos o a conflictos de exigencias laborales. Pero Raffaella no es Whitney Houston. Se fuerza tanto la desdicha que la propuesta se olvida de lo realmente interesante de la trayectoria de Raffaella: cómo consiguió dar la vuelta a la diva. 

Todo un síntoma de nuestro tiempo. Hemos interiorizado que sin gresca no hay paraíso, así que a buscar una trama que muestre una opresión vital, cuando el triunfo de Raffaella Carrà se basó en entender el arte de la televisión. Pero por ahí el documental pasa de puntillas, dejando a medidas a su público potencial.

Porque, al final, lo relevante de la vida de Raffaella es el equilibrio genuino que consiguió entre diva y humildad. Una showoman única porque reunió el ensueño de la fantasía rompe-rutinas que despierta el glamour de los focos con la todopoderosa humildad de una mujer intentando ser libre, que no le digan cómo tiene que vestir, que lucha por sus derechos económicos y que sabe que 'calladita no está más guapa'.

Carrá no sabía muy bien qué iba ser, pero siempre tuvo claro lo que no quería ser. Lo mismo danzaba que hacía una entrevista, y siempre incorporando al relato aquello que pasaba con una ingeniosa naturalidad. Así se fue convirtiendo en una de las mejores comunicadoras de todos los tiempos, en Italia y en nuestro país, donde se sintió acogida, nada juzgada y, por tanto, más pura. No era un busto parlante, era una artista.

Los programas de Raffaella cambiaron la televisión. Primero se desarrollaron en esa estética de la varieté de las grandes coreografías, las grandes escenografías imaginarias y las grandes canciones que creaban universos que evadían de los agobios de la monotonía al público y, a la vez, entendió que esa pompa era mejor cuando toca la tierra de la realidad social. Como consecuencia, abrió sus programas a la imprevisibilidad del directo y los hizo interactivos con la tecnología de su época, ya fuera por teléfono, rompiendo la cuarta pared del decorado o saliendo a la calle. 

Los ojos de Raffaella miraban con una carismática honestidad al público. Una honestidad curiosa, como ella se definía. Hasta compartía los entresijos de los programas. A menudo, atreviéndose al humor negro, lo que implicaba más a la sociedad con unos shows donde la espontaneidad ganaba a las apariencias.

Raffaella podía llevar espectaculares vestidos, pero al final su risa relativizaba lo que tocaba y transformaba a la diva en alguien más de la familia. Así marcó a varias generaciones. Más allá de sus festivas canciones, más allá de sus coreografías imposibles, Raffaella Carrà supo terrenalizar el brilli brilli del espectáculo a través de programas en directo con una atmósfera de reunión de amigos donde los personajes se volvían personas. Y cuando la audiencia decaía, se marchaba, tomaba distancia (incluso cambiando de país) y regresaba intentando dar un nuevo giro a la tele. Lo hizo siempre. Con interés con nuevos formatos, con interés en evolucionar con la sociedad. Qué interesante historia, pero su documental se ha quedado enredado en pillar con hilos  motivaciones basadas en supuestos conflictos íntimos y, al final, se ha perdido lo poderoso de su vida: cómo transformó la ensoñación del entretenimiento de masas entendiendo que no va de mirarse el ombligo, sobre todo consiste en acompañar al público espabilando la ilusión de la curiosidad.  Y así lo hizo, hasta el último día.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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