La vida sin filtros de Cristina Tárrega parece una reposición de aquellos programas de televisión de los noventa que, de repente, provocaban el reencuentro de dos ex novios y animaban a que volvieran juntos. 

Esos espacios que invitaban a pensar que sólo había un final feliz. Y estaba en la reconciliación que termina en beso apasionado. Una situación parecida ha sucedido este fin de semana en el programa presentado por la condescendencia de Cristina Tárrega. Esta vez, rejuntando a una pareja de chicos.

Como en los formatos de testimonios noventeros, La vida sin filtros primero empuja a la mofa hacia uno de ellos, después busca el enfrentamiento entre ambos para ver si aparece el conflicto y, por último, les anima a volver. Y como hay un tipo de personas que acude a estos programas embaucadas por los focos y no quiere decepcionar las expectativas que creen que la televisión espera de su participación en el show: terminaron intercambiando lenguas.

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Cristina Tárrega y sus contertulios celebraban el momento como si estuvieran en un patio de colegio. Tal vez pensaban que habían conseguido su objetivo porque, hace unos treinta años, ese momento hubiera despertado el regustillo de la mofa en la audiencia. Ahora, en cambio, chirría ante los ojos de una parte importante del público.

No nos reímos como antes porque las sensibilidades avanzan, por suerte, con los tiempos. Somos menos ingenuos, tenemos más conocimiento. Hasta ya vamos aprendiendo que, a veces, rendirse con una relación puede ser una victoria. Por eso mismo, este tipo de programas suelen tirar en sus castings de personas más vulnerables y no representativas de la sociedad española que hoy ya sabe que hay reencuentros que no son nada sanos. Como también ya el público masivo intuye cuando te quieren ayudar y cuando sólo te quieren reducir al esperpento de reírse de ti.