De repente, los programas de testimonios están de vuelta. La gran maestra del género fue Oprah Winfrey. Su autenticidad permitía entrevistas poderosas, la gente confiaba en ella, olvidaban el pudor de la exposición televisiva y compartían sus emociones.
La estructura del talk show de Oprah se fue copiando por todo el mundo. La dinámica siempre era la misma: presentadora de pie, con micro y tarjetones en mano, frente a una ristra de sillas en donde acudían una disparidad de personas unidas por una premisa.
Programas que jugaban a la emoción fácil o a la risa burlesca o a las dos cosas juntas. En España, se intentó importar la idea en distintas ocasiones, sin demasiada suerte. La primera que atinó fue Ana García Lozano con El Programa de Ana. Aunque el más recordado es El Diario de Patricia en Antena 3, que se testó en verano y se convirtió en un apoteósico éxito. Duró 10 años, con Patricia y sin Patricia.
Mientras tanto, en Estados Unidos el show de Oprah empezó a perder la frescura. Apareció Ellen DeGeneres y el programa de Oprah mostró las costuras. Ellen no dependía de la sensiblería para que se abrieran sus invitados. De hecho, su acierto fue llevar la esencia del late show a la programación diurna. Sólo necesitaba dos sofás, uno suyo y el del convidado. Allí se sentaban de las estrellas de Hollywood al último fenómeno viral. El buen rollo de la cómica permitía que la gente se relajara con una mayor frescura que el show de testimonios clásico. Las personas anónimas se sentían empoderadas al pisar el plató de Ellen DeGeneres.
En nuestro país no tenemos una Ellen DeGeneres en el daytime, pero sí se han asentado programas de testimonios que han logrado actualizarse: La tarde aquí y ahora de Juan y Medio en Canal Sur y En Compañía de Ramón García en Castilla La Mancha Media han sabido jugar a esa cercanía en donde el presentador está sentado junto a los invitados. No está levantado en modo estrella interpelando. Presentador y testimonio sin barreras. Están próximos, pueden tocarse, se sienten de igual a igual.
La complicidad es la base para frenar uno de los problemas de los programas de testimonios. Se trata de la dificultad de fidelizar públicos, ya que los protagonistas cambian cada día y no se crean lazos de identificación. El interés depende del atractivo del tema que se enfoca en cada entrega. Y encontrar buenos temas es complicado porque hemos evolucionado en sensibilidades y los testimonios ahora nos llegan en formato selfie en primera persona a través de la espontaneidad del aquí me pillo y aquí me grabo de TikTok.
Ante este escenario, la tele llega tarde. Ya la audiencia no es tan ingenua, siente que todo lo ha visto antes y condensado en un minuto en un vídeo en redes sociales. La única salida es la televisión de autor que aporta un extra gracias a la mirada propia de un presentador con un carisma suficiente para dar la vuelta al prejuicio y escuchar a sus invitados como no les escuchan en otros lares en la edad de oro del monólogo infinito. Es lo que, tal vez, intenta Telecinco con El diario de Jorge Javier Vázquez, programa de testimonios que se estrenará a final de mes en la sobremesa. Ahora la clave está en no quedarse en las temáticas de los años noventa de propiciar reencuentros con ex novios que, en realidad, no deben reencontrarse y atreverse a historias que hablen de nuestro tiempo, de las confusiones de los grupos de WhatsApp a la necesidad de validación constante del físico en las redes sociales. Temáticas que incluso den la vuelta a los prejuicios que cimentaban estos programas y que son lo que los envió al ostracismo.
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